Pregón inaugural de Ferias que tuve el honor de pronunciar el 24 de julio de 2015 en el Teatro Tomás Barrera de La Solana.
Tengo en primer lugar, que agradecer la oportunidad de estar aquí, en el escenario y seguidamente, tengo que pedir disculpas anticipadas porque no sé si lo que he preparado es un pregón propiamente dicho o una serie de pensamientos hilvanados, En cualquier caso, nacen del corazón y me ponen ante mis propios nervios. Creo que me siento más cómoda con la palabra escrita que con la oralidad; pero ahora toca que se encuentren.
Era un 17 de marzo, llegaba yo, con mi maletín y mis prisas, a uno de los Institutos de Villanueva de los Infantes, cargada de tareas que ya apuntaban a un fin de curso emocionante. Saludaba en la puerta a quien, hoy Alcalde de la Villa vecina, me recibía desde la secretaría del centro. Sonó el teléfono. El móvil personal que yo tenía por moderno cuando lo adquirí hace apenas un par de años, y que es, a criterio de algunos, un vestigio casi inútil de la historia reciente de las comunicaciones. Pues eso, que sonó y mostró en la pantalla un número desconocido pero familiar, porque empezaba por sesenta y tres. Y allí una voz femenina me avisaba de que el alcalde de mi pueblo quería hablarme. La amistad, la confianza, el buen trato, el conocimiento mutuo, …. no restan seriedad a esos momentos en que “el alcalde” quiere hablarte. Allí nació el pregón; Antonio, Reme, Luis estabais ya en ello anticipando que yo querría que las personas fueran lo importante.
Y de manera casi simultánea, en esa necesidad de construir un pregón que mi aceptación telefónica provocaba, aparecía la sensación del vértigo ante el paso del tiempo en los pueblos y en las personas. Parecía escaso el tiempo transcurrido desde la última feria, incluso casi nada el correr de los últimos años, y sin embargo, el futuro se avecinaba sin que nada ni nadie pudiera volver atrás. ¡Qué distinto sería mi pregón si hubiera tenido que decirlo unos años atrás! ¡Que emocionante estaba siendo mi vida en los últimos meses!
Esos dos pensamientos incipientes, las personas y el continuo avanzar, fueron el germen una idea que lucharía en mi mente con otras durante los 129 días que habían de transcurrir hasta hoy. Yo sabía que quería, desde el primer momento, dedicar el pregón a las personas, porque son (somos) al fin y al cabo, los que hacemos la vida, la historia, y hasta la feria, … Y quise que sonara aquella hermosa canción que primero fue un poema, dedicado por José Agustín Goytisolo a su hija Julia.
¿La recuerdan?
Tú no puedes volver atrás,
porque la vida ya te empuja,
como un aullido interminable,
interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás, perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido,
no haber nacido.
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso.
La Solana, a mis ojos, no es más que un puñado grande de hombres y mujeres, tomados de uno en uno, que solos no son (no somos) nada pero que juntos tienen (tenemos) el empeño de un pueblo imparable. La feria, es acaso lo mismo, un manojo de almas que una a una son como el polvo, pero que juntos construyen la alegría y marcan el calendario. Mi vida, mi propio modo de entenderla, está también en esas letras que son a la vez alegres y tristísimas.
Personas y fortaleza para seguir adelante, eso quería, desde el momento cero, poner en el pregón. Y el retorno desde Villanueva de los Infantes, en ese mismo 17 de marzo, hasta Ciudad Real, con escala inevitable en La Solana, lo viví con el eco de la llamada y de la invitación golpeando más en el corazón que en los oídos. El camino por la siempre hermosa carretera de Infantes, me devolvía la imagen de un pueblo real, fuerte y discreto, asentado en el horizonte, al que sentía mío sin tener que enfrentarme al resto del mundo por ello. Y me lo imaginaba, aunque era primavera, en una calida noche de verano, empezando sus ferias y dedicando roces y voces a propios y visitantes, que de un modo u otro se reencuentran cada año.
¿Pero cómo decirlo?
La idea estaba clara. Pero la mente que es viajera producía otra idea traicionera de inmediato, como si fuera imposible que el pregón que habría de lanzarse al viento, fuera el mismo que estaba naciendo en el pensamiento. Hasta hoy mismo la mente y el papel han estado luchando por llevar el pregón por otros derroteros. ¿Y si les hablas de tu trabajo? ¿Y si te inventas una bonita historia? ¿Y si buscas fragmentos de autores que te hablaron y los hilvanas con un poco de tu letra?
Me parecía más fácil; lo complicado es siempre ser sincera y ponerse, de algún modo ante el espejo de la palabra hablada. Pero yo quería encontrar el pregón que ya había visto en escasos segundos, en aquella visita de trabajo al Campo de Montiel. Los pueblos, como las personas, pueden sumarse de uno, y es la suma la que da al Campo de Montiel su fortaleza frente a las ganas de volver atrás cuando el futuro es incierto y el pasado todo esplendor. Así La Solana en ese Campo de Montiel, del que es puerta certera, es para mí también un símbolo de que las gentes suman y avanzan.
Con la idea afianzada se hizo necesaria una libreta en la que irla anotando de cuando en cuando. José Luis Sampedro la llamaba su ordenador portátil. Y así, la imagen de la libreta de las notas me fue enlazando a una persona con otra de cuyos afectos no puedo tampoco volver atrás.
Hubo un tiempo en mi vida en que me acompañaba siempre una libreta gorda, encuadernada a propósito de folios reciclados, a la que yo llamaba “mi memoria”. Y entonces también las “Palabras para Julia” estuvieron conmigo. Fueron entonces esas palabras un regalo de Mª Carmen. Me recuerdo en el despacho de la que siempre llamaré “mi escuela” con los afectos muy rotos y muchas ganas de huir, asumiendo la dirección del colegio en el que hasta entonces trabajaba. Mi colegio. Un colegio público centrado en las personas, que las sumó una a una, sin que ninguna en ningún caso, quisiéramos ni supiéramos volver atrás. De un segundo plano en las decisiones me tocaba el primero; de sentirme cuidada, me ví en la responsabilidad de cuidar de los otros; de pedir lo necesario, en tener que garantizarlo, … y entonces esa libreta gorda, encuadernada en espiral de alambre, con unas pastas de cartón plástico también reutilizados me fue acompañando. En las hojas en blanco que se podían arrancar y tirar sin cargo de conciencia, lo mismo se anotaba una tarea pendiente, que un teléfono, o un primer verso que mandaban las musas y que llegaría (o no) a ser poema muchos días más tarde.
La memoria de esta libreta negra, “mi memoria” me ha acompañado desde marzo, sin encontrar nada que en eficacia la haya sustituido. Cuando en las horas de soledad en el coche, o en las noches en que al sueño se le ha hecho difícil visitarme, … un post-it, una hoja suelta mal reciclada, o uno de los cuadernos de otras cosas que habitan por mi casa, han servido para hacer un apunte. Incluso el viejo nuevo móvil que me conecta al mundo, ha podido servir de grabadora de una idea, pero nada más parecido a “mi memoria” ni al “ordenador” que siempre envidié a José Luis Sampedro y cuya carencia me hace hoy sentir casi desasistida ante ustedes, que esperan un pregón de feria, mientras yo hablo, un poco de mis cosas.
Y mientras hablo, pienso que quise desde el principio, dedicar el pregón a las personas, ya lo he dicho. Pronto aparecieron otras relevantes en que yo fuera pregonera. Menciono solo alguna, aún a riesgo de que lo sientan otras; no es exclusión no nombrarlas a todas. Cada una que cito, representa un puñado de hombres y mujeres que se van sumando.
Empezaré por Conchi. Solo diez días más tarde de la primera llamada y coincidiendo con el día en que amanece y una es, sin apenas sentirlo, todo un año más vieja, volvió a sonar mi móvil. Me sorprendió de nuevo en tarea de trabajo, pero en este caso en el despacho en el Servicio de Inspección que comparto, desde mi llegada hace ya más de un lustro, con dos buenos compañeros. Es la ventaja de tener despachos compartidos, no hay que contar las cosas, porque se cuentan solas. Sonó el teléfono y, por el tono, no se trataba de una felicitación más en un día de besos cumpleañeros; no eran tampoco deseos de final de trimestre que parecía se tardaba en llegar; ni planes de vacaciones para Semana Santa; ni tareas comunicadas por sorpresa de alguna de las responsabilidades extralaborales que yo empezaba a contraer.
Era Conchi. mi amiga Conchi, desde el Ayuntamiento quien más allá de su obligación de hacer el acta del pleno en que se había ratificado la propuesta de nombrarme pregonera de las Ferias 2015, había levantado el teléfono para hablarme. La cabeza, que es muy suya, se fue muchos años atrás a aquella clase de mis últimos años de EGB en el colegio Romero Peña en que fuimos felices. Ví a Conchi, y a todos los demás … a muchos de los cuales casi ni he vuelto a ver o ya no podré verlos. De algún modo todos están en mi feria aunque solo sea en la referencia a una lágrima feliz que nació de hablar con Conchi. Vi al equipo docente; los planes quincenales, las lecturas, el motor de mecánica, las tareas de aprendices de alfareros, el periódico escolar, el comedor, los cromos de Camilo Sexto y de los Pecos,…. Vi tantas cosas en un tiempo tan breve, que mientras hablaba con ella y le confirmaba que la vida me había tratado bien, que no me había permitido volver atrás, y que podía enviar la carta a casa de mis padres, mis ojos no pudieron retener esa lágrima.
Al verterse, derramaba con ella un hondo agradecimiento a las personas, de nuevo las personas, que hicieron de mi escuela y de mi infancia una infancia feliz. Ahora que he visto un puñado de infancias y un puñado de escuelas, ratifico el agradecimiento, porque la escuela igual que puede dártelo todo, te lo puede negar y a mi me puso en el grupo primero.
Y lo que llamo escuela no es solo la escuela de EGB, hoy centro de Primaria, a la que me referí. Es todo mi paso por las aulas como alumna oficial. Es mi recuerdo de niña muy pequeña que va a la feria con sus padres y un número de hermanos que crece de año en año, para encontrarse de forma sorpresiva con maestros y maestras o compañeros de aula de quienes me había despedido cada Junio hasta Septiembre, pero a quien saludaba, si coincidíamos, en el ferial antiguo a mitad del verano.
Destaco el gesto de quienes asumieron no ser solo maestros en horario escolar sino pararse, darte un beso, preguntar por las cosas, comentar los sucesos o ir ahondando en la conversación a medida que la edad nos hacía a todos mayores, y por ello y al tiempo, más iguales. Con algunos he compartido luego otras vivencias y tienen que estar doblemente mencionados. Fernando que me dio la posibilidad de seguir aprendiendo y trabajando por la educación de nuestra tierra sin pensar que veríamos destruir lo construido de una manera tan arbitraria. O Juan José y el gustazo de compartir conversaciones en días de feria pero lejos del bullicio, al lado del Azuer, un río que ya no lo parece, pero que no podemos permitirnos que deje de serlo.
Y la escuela dio paso al Instituto, y allí las redes de personas se fueron aumentando. El pregón y la feria han traído de nuevo a mi presente algunas que pareciera se habían quedado desdibujadas en el pasado. Otras, no han dejado nunca de estar ahí. Todas son necesarias. Todas merecen un segundo mental, una palabra que ahora no soy casi capaz de arrancarle al diccionario. Un recuerdo especial para los compañeros de los pueblos vecinos que venían cada día a La Solana a estudiar. Ahora que el trabajo me ha llevado a conocer de cerca el lío de las rutas de autobuses escolares, en un tiempo ingrato en el que la excusa de la crisis ha castigado más a los pueblos pequeños, la memoria me devuelve a este grupo de compañeros viajeros como héroes.
Actualmente las jornadas escolares son solo de mañana y ellos, años atrás, a los que no podemos ni debemos volver, salían de casa, apenas despertados, con una mochila llena de libros y bocadillos para aguantar días largos porque haber nacido en un pueblo más pequeño les obligaba a ello. Ahora que la historia reciente nos ha llevado a hablar de la austeridad mal entendida que ahorra en autobuses y comedores escolares, por ejemplo, la canción que me inspira, vuelve a hacerse real, y es ahora el deseo de no volver atrás el que se crece.
Venían a compartir con nosotros las aulas, y a cambio, nos compartían sus risas y su fraternidad. No sé si conocíamos el término hospitalidad, o acogida; no sé como lo llamábamos, si sé que aunque venían de fuera eran un poco solaneros. Personas que me han acompañado de curso en curso y quizá de feria en feria y a quien la vida me regala de nuevo con pequeños encuentros que cada vez más revelan que las personas somos lo importante.
Y volviendo al pregón de las personas, la palabra y la música van siempre un poco juntas y entre las personas que han sabido de este discurso antes de construirlo está mi amigo Pedro.
En esos tiempos de instituto que cito y que no volverán, Pedro era la rebeldía y las risas en una sola cosa. Y luego era la música, que cantaba en inglés y en castellano perfectamente para envidia de los que acertábamos más en los exámenes y menos en los cantos (malditos los exámenes que parecen ser todo cuando apenas son nada). Aún hoy le debo que en el recuerdo resuenen bilingües los acordes de alguna balada heavy, o de alguna canción de amor.
¡Sonaban a eternidad y a lengua universal entre el bullicio de las clases y nuestras propias hormonas efervescentes de aquellos años!
Os confesaré que he invitado a mucha gente a venir a escuchar este pregón. Lo he hecho a mitad de camino entre muchas emociones, con sentimientos encontrados. Desde el choque que surge entre el pudor de hablar de una misma y el deseo de volver a ver, y a besar, a todas las personas que, desde el último 17 de marzo se han ido paseando por mi mente. A los que habéis venido gracias. A los que no habéis venido gracias también. Pero os confesaré otra cosa. He invitado a Pedro Reguillo no solo a estar, sino a compartir el pregón en ese deseo de que personas, música y palabra no pueden separarse. Y de algún modo el retorno a las músicas bilingües de mi memoria, a las personas de mi adolescencia, a mis ferias de los ochenta, sin excluir a otros, habrían estado perfectamente representados en el músico solanero de mi generación. Por cierto que en feria o fuera de ella, tenéis que conseguir que Pedro dé un concierto en La Solana.
Y en casi último lugar, tengo que mencionar un grupo de personas imprescindibles, que están en el pregón. Desde ese 17 de marzo en que recibí la llamada de La Solana, mi familia ha estado en esto. Mis padres a la vez preocupados y orgullosos. Mis hermanos, tanto los que lo son de sangre como de afinidad, y suman muchos, han estado aquí, bombardeados una y otra vez para guardar la agenda. O mis once sobrinos, pensando en lo que entenderían y lo que no, de lo que yo dijera.
Mis padres merecen, de manera especial, al menos un párrafo.
A ellos debo mi identidad que es casi todo lo que tengo. Ellos son mis ferias. A ellos debo mi fe y poderla vivir en minoría sin renunciar por ello a un montón de relaciones, de amigos, y de participación social y ciudadana. De ellos aprendí primeramente a no celebrar a Santiago y al mismo tiempo a disfrutar de la Feria. En ellos tengo las raíces de mi laicismo cristiano que se hace más vehemente con los años. Y a ellos, a mis padres, en sus ya más de cincuenta años de casados, debo las ferias que siempre disfrutamos desde niños, con la humildad de quien administra el salario para que alcance al disfrute, pero sin permitir que el disfrute agote el presupuesto de las prioridades.
Recuerdo, como una estampa que hoy parece increíble, el fin de un día de feria, o de un domingo de verano, cuando en el camino de vuelta a casa, ellos ejercían un poco de flautistas de Hamelin, con una corte de niños alrededor que siempre fueron cuidados con cariño, y al mismo tiempo aprendieron a cuidar los unos de los otros. Y en esa imagen no falta, de cuando en cuando, medio helado del corte para cada uno comprado en la tienda amiga de Felipe el Pollo, y cortado cariñosamente para que el lujo de un helado no agotara la economía familiar.
Mis padres son la Feria y son La Solana, también cuando la casa se llena cada año de gente que ha ido avanzando en vidas diferentes pero que necesitan (necesitamos) el bullicio del reencuentro, la convivencia, el olor a persona, el debate permanentemente abierto,… para sentirnos vivos.
En esas personas que llenan mi casa en ferias está la familia extensa, tíos que nacieron aquí, o cerca, pero que la vida, que es la lucha siempre hacia delante, de pobres y de obreros, se fue llevando lejos.
A todos quise tenerlos hoy conmigo y con mi pueblo que es el suyo. Las olas de calor, los planes previos, la edad o la salud, han traído a algunos y dejado lejos a otros. (Curiosamente esta es la feria en que menos han venido, porque los años empiezan a no perdonar).
Pero al intentar cerrar este pregón las redes familiares que me llenan de orgullo se me evocan muy en paralelo con La Solana y la Feria. Los ausentes, volverán a estar presentes cuando, acabado el pregón, empiece a sonar el móvil o a vibrar en la recepción de mensajes importantes que acortan la distancia.
La relación de mi familia con la feria es un poco como la de los otros solaneros. Los hay que viven la feria de primera mano, bien porque están aquí y además eligen quedarse a disfrutarla o porque estando lejos, apartan estos días en su agenda para vivir cada caseta y cada minuto de volver hacia el futuro de su pueblo. Hay otros que evitan la feria sin ser menos paisanos; si viven aquí eligen salir a otros lugares en estos días entre calor, fiesta y vacaciones; y si viven lejos no pueden o no quieren venir en estos días sin ser por ello menos solaneros.
También hay paisanos que nacieron muy lejos y han llegado hasta aquí y ahora son parte de nuestra vida y de nuestra historia. Esta mezcla, este acierto de convivencia, es quizá el primer mérito en común de mi pueblo y de mi familia; juntarse y convivir.
Y en eso, ni yo, ni mi gente, ni tampoco La Solana podemos volver atrás, porque la vida nos empuja a gastarnos en lo que nos ilusiona. Igual que esta feria dará paso a otra feria, y este año a otro año; aunque pasen tiempos que llamamos de crisis; aunque nos sintamos acorralados e incluso destruidos; perdidos, o solos, … Nohemí, que soy yo, y cada uno de vosotros que me escucháis atentos, somos personas con el derecho de ser tomadas de una en una, y al mismo tiempo, con la voluntad de conformar un pueblo, el nuestro, en el que la vida es bella, tiene que serlo para todos, sin que en alegría, en solidaridad, o en convivencia podamos permitirnos volver atrás ni un solo paso.
Esta es mi canción y este es mi pregón.
La canción ha estado muchas veces en mis corchos; y aún hoy, de cuando en cuando, me sorprendo llorándomela yo sola. Y en días como hoy, que si se narran parecen largos, pero cuando se viven pasan a la velocidad de un suspiro, quiero que esta canción sea también la vuestra.
Disfrutad la Feria y sumad, para que nada permita que La Solana vuelva atrás en lo que a las personas se refiere.
Suena “Palabras para Julia” en voz de Rosa León