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ponteAescribir

Mudanza

Pensar mi vida a veces me hace verla como una continua mudanza. Diría que algún recóndito lugar de mis genes no biologicos quedó grabada la esencia del nomadismo. 

He cambiado de casa y de trabajo de manera cíclica y satisfecha durante toda mi vida, y lo he hecho en una especie de espiral que me permite conservar lo imprescindible el pasado y aventurarme hacia un futuro que siempre se presenta incierto.

Así hoy, la mudanza se escribe en mi blog.

Queda atrás la etapa de “ponteAescribir” que se abría también  asociada a mis mudanzas personales de 2010 y a mi reencuentro con la palabra escrita.

Por delante un nuevo “ponte A escribir”, con dominio propio, y muchas páginas en blanco, pero que carga en la mochila toda la tinta compartida en estos cinco años.

Os llevo conmigo y os invito a seguirme.

Me encontraréis en ponteaescribir.com mi nuevo blog y vuestra nueva casa.  

Charlot

Se buscan Charlots, por las calles de hoy.

¡Nos hacen mucha falta!

Hay un perro pequeñito

que te muerde el corazón;

pero está tan …, tan hambriento

que le regalas tu yo.

 

Se burlan de ti, se burlan

porque ofreces una flor

y una sonrisa, creyendo

que es la suprema razón.

 

Vas abriéndote camino

- molinete, tu bastón-,

mas tu hélice, aeroplano,

solo rastrea el dolor.

 

El mundo es hosco y espeso,

pero salta el corazón,

se despega y toma vuelo

como un motor de explosión.

 

Tonto genial, pobre diablo,

¿no eres tú la encarnación

evidente y no creíble

de Dios con hongo y bastón?

 

Se burlan de ti, se burlan,

y hay un tipo grandullón

yuna muchacha bonita.

Mil tropiezos: ¡y el amor!

 

Sólo una mueca, el calambre

con que sacudes tu yo,

te sirve para salvarte.

¡El resto es vida interior!

 

Y vas tirando – paciencia-,

curado de indignación,

y extrañado de que dejen

tomar, sin pagar, el sol.

 

Gabriel Celaya

Carta a 2016

"Señor, enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
que traigamos al corazón sabiduría"

Salmo 90.12

Querido “Año Nuevo”,

Es mi deseo que al recibo de la presente te encuentres bien. Así empezaban las cartas que años atrás me enseñaban a escribir, con el deseo de hacer de mí, como de tantos, ciudadanos educados. Sin embargo la vida me enseñó que hay cartas que se inician de otro modo porque también depende del destinatario y porque hay muchos modos de hacer incluso fuera de los llamados “buenos modales”.

Por eso, querido “Año Nuevo”, creo que debería haber cambiado mi comienzo, porque en realidad mi deseo es que nos encontremos bien nosotros cuando tú te marches. Nos has encontrado en buen estado, sin perjuicio de que todos lo creamos mejorable. El hecho de que llegues después de Navidad facilita las cosas, porque siempre nos hallas en un estado de postcelebración que ayuda al optimismo, y así te recibimos. Sin embargo, una visión objetiva de tu llegada nos haría recibirte con más cautelas. Los deseos de cómo acompañar tu compañía serían diferentes. Comer menos, o ejercitarse más no tendrían que ver con días de excesos cuando hay muchos que no te celebran que querrían comer más y caminar menos para salvar la vida.

Quisiera aprovechar para pedirte algo que creo que te ayuda.  Me permito pedírtelo porque sé que  te harán bien mis deseos para ti y que serán beneficiosos para todos. Quiero pedirte que cuando te vayas porque otro año venga a visitarnos, dejes detrás de ti un poco más de logros colectivos. Quisiera que en tu estancia el bien común no esté sujeto al bien prioritario de algunos y que el mal de muchos no consuele, sino aliente a espantarlo.  Quisiera que la injusticia  nos encuentre a todos de frente y abandone. Que no gane más el que más gana, sino quien más gana le pone a ganar para todos. Que contigo la indiferencia no gane terreno al compromiso, ni la confrontación habite las estancias en que debió vivir la convivencia.

No abusaré de ti ni de la confianza que dan un par de días vividos juntos. Creo que puedes hacerte una idea de lo que quiero y de que quiero que lo traigamos juntos. Tenemos muchos días por delante, pero no podemos confiarnos y encontrarnos al fin de tu visita con la tarea pendiente. Trabajemos desde el primer momento y que la inspiración, si llega, nos encuentre ocupados; que sea igual si quienes vienen son la mal llamada suerte, o la oportunidad. Y que al final, miremos hacia hoy con la satisfacción de las tareas cumplidas, de la conciencia satisfecha, y con la inquietud de esperar a otro año para hacerlo aún mejor, aunque las circunstancias sean adversas.

Y no me despediré sin felicitarte al menos por haber llegado, y por haberlo hecho con normalidad pese a alarmas de miedo que tienden a expandirse. Con lo injustos que somos tantas veces, y a veces tan ingratos, te felicitaré también porque has venido para quedarte más de trescientos días, por dejarnos quererte, y porque al despedirte, no queramos atarte a nosotros ni a nosotros contigo.

Mi querido “Año Nuevo”, bienvenido a tu tiempo con nosotros.

Rescoldo

La lumbre está encendida. El ojo del corazón lo mira en calma. El fuego es muerte y vida al mismo tiempo y así se antoja al ojo relajado del abandono.  El tiempo queda siempre atrás aunque la vida avance hacia delante. El tronco grueso y retorcido terminará en cenizas; igual que la hojarasca que lo alimenta. El fuego siempre tiene hambre de hojas, igual que el tiempo codicia nuevos días y el corazón ansia sentimientos.

En la ventana la tarde, y en la memoria los recuerdos. Es invierno sin serlo. La templanza de un clima en deterioro añade magia a la tarde.  Los cuarterones apenas muestran el cielo gris, plomizo, y unas ramas que hace tiempo dejaron caer las últimas hojas. Un mundo inmóvil. Igual que un corazón ajeno a los eventos.

Solo avanza la luz en retirada cediendo el espacio a la noche en los seis cuadros vidriados que antes fueron ventana. Y en medio de las sombras el fuego tintinea a ratos como fuerza y a ratos como lamento. El ojo que lo observa no lo piensa; deja las llamas brillar en la retina como una parte más de un invierno sin alma. Ningún parpadeo sorprendido por las bolluscas anárquicas en se elevan en el curso del humo. Ninguna perversa pavesa que sobresalga al resto. Ningún recuerdo que destaque.

De repente un impulso. La lumbre ha perdido vigor sin apagarse. El ojo que la observa casi inmóvil desde su inicio, genera una reacción, y una mano, arrebata a la banca una pila de sobres. Caen sin estruendo sobre las brasas rojas que se apagan y arrancan, en un quejido apasionado, una nueva fogata. La habitación completa es noche. Una lágrima rueda por la mejilla inerte y en ella se refleja una llama que no dura; que ni quema ni duele.

Felices Fiestas

Felices Fiestas

Soñabas

Soñabas

Acabo de encontrarlo mecanografiado (de máquina de veras) en un papel ajado, sobre la mesa de la cocina de mi madre. No sé como ha pervivido hasta hoy, ni llegado hasta allí. Me devuelve la impresión de que poco he cambiado desde mis catorce.

 

Estabas a mi lado.

Bebías agua en una fuente.

Y corrías.

Corrías por los caminos

de la vida, soñando.

Soñabas que lograbas lo que te proponías.

Que después de disgustos y de llantos

eras recompensada.

Soñabas que podías

borrar el llanto del mendigo,

las lágrimas de la cerillera

de aquellos cuentos tristes.

Soñabas que, un día,

al despertar en la mañana,

la noche había borrado las miserias del mundo.

Soñabas con la luz,

con la alegría.

Soñabas que había flores

empezaban a crecer de nuevo;

que los pájaros querían cantar;

que los niños podían por fin entrar en el jardín

de aquel gigante tan gruñón y enfadado.

Soñabas que un día,

en el corazón del hombre,

no había daño, ni egoísmo,

ni envidia innecesaria

en un mundo sin dominantes

ni pobres dominados.

Te saciabas en una fuente

de fantasías, de sueños e ilusiones;

de un agua que te hacía vivir soñando.

Pero tú, seguías corriendo,

y como no, soñando.

Y corriendo y soñando

sin otra meta que

el despertar,

te hubiera deparado lo soñado.

Y ahora, 22 de mayo del 82,

metida en este cuarto,

te preguntas

¿debo seguir soñando?

Feria 2015

Pregón inaugural de Ferias que tuve el honor de pronunciar el 24 de julio de 2015 en el Teatro Tomás Barrera de La Solana.

 

Tengo en primer lugar, que agradecer la oportunidad de estar aquí, en el escenario y seguidamente, tengo que pedir disculpas anticipadas porque no sé si lo que he preparado es un pregón propiamente dicho o una serie de pensamientos hilvanados, En cualquier caso,  nacen del corazón y me ponen ante mis propios nervios. Creo que me siento más cómoda con la palabra escrita que con la oralidad; pero ahora toca que se encuentren.

Era un 17 de marzo, llegaba yo, con mi maletín y mis prisas, a uno de los Institutos de Villanueva de los Infantes, cargada de tareas que ya apuntaban a un fin de curso emocionante. Saludaba en la puerta a quien, hoy Alcalde de la Villa vecina, me recibía desde la secretaría del centro. Sonó el teléfono. El móvil personal que yo tenía por moderno cuando lo adquirí hace apenas un par de años, y que es, a criterio de algunos, un vestigio casi inútil de la historia reciente de las comunicaciones. Pues eso, que sonó y mostró en la pantalla un número desconocido pero familiar, porque empezaba por sesenta y tres. Y allí una voz femenina me avisaba de que el alcalde de mi pueblo quería hablarme. La amistad, la confianza, el buen trato, el conocimiento mutuo, …. no restan seriedad a esos momentos en que “el alcalde” quiere hablarte. Allí nació el pregón; Antonio, Reme, Luis estabais ya en ello anticipando que yo querría que las personas fueran lo importante.

Y de manera casi simultánea, en esa necesidad de construir un pregón que mi aceptación telefónica provocaba, aparecía la sensación del vértigo ante el paso del  tiempo en los pueblos y en las personas. Parecía escaso el tiempo transcurrido desde la última feria, incluso casi nada el correr de los últimos años, y sin embargo, el futuro se avecinaba sin que nada ni nadie pudiera volver atrás. ¡Qué distinto sería mi pregón si hubiera tenido que decirlo unos años atrás! ¡Que emocionante estaba siendo mi vida en los últimos meses!

Esos dos pensamientos incipientes, las personas y el continuo avanzar, fueron el germen una idea que lucharía en mi mente con otras durante los 129 días que habían de transcurrir hasta hoy. Yo sabía que quería, desde el primer momento, dedicar el pregón a las personas, porque son (somos) al fin y al cabo, los que hacemos la vida, la historia, y hasta la feria, … Y quise que sonara aquella hermosa canción que primero fue un poema, dedicado por José Agustín Goytisolo a su hija Julia.

¿La recuerdan?

Tú no puedes volver atrás,
porque la vida ya te empuja,
como un aullido interminable,
interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás, perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido,
no haber nacido.
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso.
 

La Solana, a mis ojos, no es más que un puñado grande de hombres y mujeres, tomados de uno en uno, que solos no son (no somos) nada pero que juntos tienen (tenemos) el empeño de un pueblo imparable. La feria, es acaso lo mismo, un manojo de almas que una a una son como el polvo, pero que juntos construyen la alegría y marcan el calendario. Mi vida, mi propio modo de entenderla, está también en esas letras que son a la vez alegres y tristísimas.

Personas y fortaleza para seguir adelante, eso quería, desde el momento cero, poner en el pregón. Y el retorno desde Villanueva de los Infantes, en ese mismo 17 de marzo, hasta Ciudad Real, con escala inevitable en La Solana, lo viví con el eco de la llamada y de la invitación golpeando más en el corazón que en los oídos. El camino por la siempre hermosa carretera de Infantes, me devolvía la imagen de un pueblo real, fuerte y discreto, asentado en el horizonte, al que sentía mío sin tener que enfrentarme al resto del mundo por ello. Y me lo imaginaba, aunque era primavera, en una calida noche de verano, empezando sus ferias y dedicando roces y voces a propios y visitantes, que de un modo u otro se reencuentran cada año.

 ¿Pero cómo decirlo?

La idea estaba clara. Pero la mente que es viajera producía otra idea traicionera de inmediato, como si fuera imposible que el pregón que habría de lanzarse al viento, fuera el mismo que estaba naciendo en el pensamiento. Hasta hoy mismo la mente y el papel han estado luchando por llevar el pregón por otros derroteros. ¿Y si les hablas de tu trabajo? ¿Y si te inventas una bonita historia? ¿Y si buscas fragmentos de autores que te hablaron y los hilvanas con un poco de tu letra?

Me parecía más fácil; lo complicado es siempre ser sincera y ponerse, de algún modo ante el espejo de la palabra hablada. Pero yo quería encontrar el pregón que ya había visto en escasos segundos, en aquella visita de trabajo al Campo de Montiel. Los pueblos,  como las personas, pueden sumarse de uno, y es la suma la que da al Campo de Montiel su fortaleza frente a las ganas de volver atrás cuando el futuro es incierto y el pasado todo esplendor. Así La Solana en ese Campo de Montiel, del que es puerta certera, es para mí también un símbolo de que las gentes suman y avanzan.

Con la idea afianzada se hizo necesaria una libreta en la que irla anotando de cuando en cuando. José Luis Sampedro la llamaba su ordenador portátil. Y así, la imagen de la libreta de las notas me fue enlazando a una persona con otra de cuyos afectos no puedo tampoco volver atrás. 

Hubo un tiempo en mi vida en que me acompañaba siempre una libreta gorda, encuadernada a propósito de folios reciclados, a la que yo llamaba “mi memoria”. Y entonces también las “Palabras para Julia” estuvieron conmigo. Fueron entonces esas palabras un regalo de Mª Carmen. Me recuerdo en el despacho de la que siempre llamaré “mi escuela” con los afectos muy rotos y muchas ganas de huir, asumiendo la dirección del colegio en el que hasta entonces trabajaba. Mi colegio. Un colegio público centrado en las personas, que las sumó una a una, sin que ninguna en ningún caso, quisiéramos ni supiéramos volver atrás. De un segundo plano en las decisiones me tocaba el primero; de sentirme cuidada, me ví en la responsabilidad de cuidar de los otros; de pedir lo necesario, en tener que garantizarlo, … y entonces esa libreta gorda, encuadernada en espiral de alambre, con unas pastas de cartón plástico también reutilizados me fue acompañando. En las hojas en blanco que se podían arrancar y tirar sin cargo de conciencia, lo mismo se anotaba una tarea pendiente, que un teléfono, o un primer verso que mandaban las musas y que llegaría (o no) a ser poema muchos días más tarde.

La memoria de esta libreta negra, “mi memoria” me ha acompañado desde marzo, sin encontrar nada que en eficacia la haya sustituido.  Cuando en las horas de soledad en el coche, o en las noches en que al sueño se le ha hecho difícil visitarme, … un post-it, una hoja suelta mal reciclada, o uno de los cuadernos de otras cosas que habitan por mi casa, han servido para hacer un apunte. Incluso el viejo nuevo móvil que me conecta al mundo, ha podido servir de grabadora de una idea, pero nada más parecido a “mi memoria” ni al “ordenador” que siempre envidié a José Luis Sampedro y cuya carencia me hace hoy sentir casi desasistida ante ustedes, que esperan un pregón de feria, mientras yo hablo, un poco de mis cosas.

Y mientras hablo, pienso que quise desde el principio, dedicar el pregón a las personas, ya lo he dicho. Pronto aparecieron otras relevantes en que yo fuera pregonera. Menciono solo alguna, aún a riesgo de que lo sientan otras; no es exclusión no nombrarlas a todas. Cada una que cito, representa un puñado de hombres y mujeres que se van sumando.

Empezaré por Conchi. Solo diez días más tarde de la primera llamada y coincidiendo con el día en que amanece y una es, sin apenas sentirlo, todo un año más vieja, volvió a sonar mi móvil. Me sorprendió de nuevo en tarea de trabajo, pero en este caso en el despacho en el Servicio de Inspección que comparto, desde mi llegada hace ya más de un lustro, con dos buenos compañeros. Es la ventaja de tener despachos compartidos, no hay que contar las cosas, porque se cuentan solas. Sonó el teléfono y, por el tono, no se trataba de una felicitación más en un día de besos cumpleañeros; no eran tampoco deseos de final de trimestre que parecía se tardaba en llegar; ni planes de vacaciones para Semana Santa; ni tareas comunicadas por sorpresa de alguna de las responsabilidades extralaborales que yo empezaba a contraer.

Era Conchi. mi amiga Conchi, desde el Ayuntamiento quien más allá de su obligación de hacer el acta del pleno en que se había ratificado la propuesta de nombrarme pregonera de las Ferias 2015, había levantado el teléfono para hablarme. La cabeza, que es muy suya, se fue muchos años atrás a aquella clase de mis últimos años de EGB en el colegio Romero Peña en que fuimos felices. Ví a Conchi, y a todos los demás … a muchos de los cuales casi ni he vuelto a ver o ya no podré verlos. De algún modo todos están en mi feria aunque solo sea en la referencia a una lágrima feliz que nació de hablar con Conchi. Vi al equipo docente; los planes quincenales, las lecturas,  el motor de mecánica, las tareas de aprendices de alfareros, el periódico escolar, el comedor, los cromos de Camilo Sexto y de los Pecos,…. Vi tantas cosas en un tiempo tan breve, que mientras hablaba con ella y le confirmaba que la vida me había tratado bien, que no me había permitido volver atrás, y que podía enviar la carta a casa de mis padres, mis ojos no pudieron retener esa lágrima.

Al verterse, derramaba con ella un hondo agradecimiento a las personas, de nuevo las personas, que hicieron de mi escuela y de mi infancia una infancia feliz. Ahora que he visto un puñado de infancias y un puñado de escuelas, ratifico el agradecimiento, porque la escuela igual que puede dártelo todo, te lo puede negar y a mi me puso en el grupo primero.

Y lo que llamo escuela no es solo la escuela de EGB, hoy centro de Primaria, a la que me referí. Es todo mi paso por las aulas como alumna oficial. Es mi recuerdo de niña muy pequeña que va a la feria con sus padres y un número de hermanos que crece de año en año, para encontrarse de forma sorpresiva con maestros y maestras o compañeros de aula de quienes me había despedido cada Junio hasta Septiembre, pero a quien saludaba, si coincidíamos,  en el ferial antiguo a mitad del verano.

Destaco el gesto de quienes asumieron no ser solo maestros en horario escolar sino pararse, darte un beso, preguntar por las cosas, comentar los sucesos  o ir ahondando en la conversación a medida que la edad nos hacía a todos mayores, y por ello y al tiempo, más iguales. Con algunos he compartido luego otras vivencias y tienen que estar doblemente mencionados. Fernando que me dio la posibilidad de seguir aprendiendo y trabajando por la educación de nuestra tierra sin pensar que veríamos destruir lo construido de una manera tan arbitraria. O Juan José y el gustazo de compartir conversaciones en días de feria pero lejos del bullicio, al lado del Azuer, un río que ya no lo parece, pero que no podemos permitirnos que deje de serlo.

Y la escuela dio paso al Instituto, y allí las redes de personas se fueron aumentando. El pregón y la feria han traído de nuevo a mi presente algunas que pareciera se habían quedado desdibujadas en el pasado. Otras, no han dejado nunca de estar ahí. Todas son necesarias. Todas merecen  un segundo mental, una palabra que ahora no soy casi capaz de arrancarle al diccionario. Un recuerdo especial para los compañeros de los pueblos vecinos que venían cada día a La Solana a estudiar. Ahora que el trabajo me ha llevado a conocer de cerca el lío de las rutas de autobuses escolares, en un tiempo ingrato en el que la excusa de la crisis ha castigado más a los pueblos pequeños, la memoria me devuelve a este grupo de compañeros viajeros como héroes.

Actualmente las jornadas escolares son solo de mañana y ellos, años atrás, a los que no podemos ni debemos volver, salían de casa, apenas despertados, con una mochila llena de libros y bocadillos para aguantar días largos porque haber nacido en un pueblo más pequeño les obligaba a ello. Ahora que la historia reciente nos ha llevado a hablar de la austeridad mal entendida que ahorra en autobuses y comedores escolares, por ejemplo,  la canción que me inspira, vuelve a hacerse real, y es ahora el deseo de no volver atrás el que se crece.

Venían a compartir con nosotros las aulas, y a cambio, nos compartían sus risas y su fraternidad. No sé si conocíamos el término hospitalidad, o acogida;  no sé como lo llamábamos, si sé que aunque venían de fuera eran un poco solaneros. Personas que me han acompañado de curso en curso y quizá de feria en feria y a quien la vida me regala de nuevo con pequeños encuentros que cada vez más revelan que las personas somos lo importante.

Y volviendo al pregón de las personas, la palabra y la música van siempre un poco juntas y entre las personas que han sabido de este discurso antes de construirlo está mi amigo Pedro.

En esos tiempos de instituto que cito y que no volverán, Pedro era la rebeldía y las risas en una sola cosa. Y luego era la música, que cantaba en inglés y en castellano perfectamente para envidia de los que acertábamos más en los exámenes y menos en los cantos (malditos los exámenes que parecen ser todo cuando apenas son nada). Aún hoy le debo que en el recuerdo resuenen bilingües los acordes de alguna balada heavy, o de alguna canción de amor.

¡Sonaban a eternidad y a lengua universal entre el bullicio de las clases y nuestras propias hormonas efervescentes de aquellos años!

Os confesaré que he invitado a mucha gente a venir a escuchar este pregón. Lo he hecho a mitad de camino entre muchas emociones, con sentimientos encontrados. Desde el choque que surge entre el pudor de  hablar de una misma y el deseo de volver a ver, y a besar, a todas las personas que, desde el último 17 de marzo se han ido paseando por mi mente. A los que habéis venido gracias. A los que no habéis venido gracias también. Pero os confesaré otra cosa. He invitado a Pedro Reguillo no solo a estar, sino a compartir el pregón en ese deseo de que personas, música y palabra no pueden separarse. Y de algún modo el retorno a las músicas bilingües de mi memoria, a las personas de mi adolescencia, a mis ferias de los ochenta, sin excluir a otros, habrían estado perfectamente representados en el músico solanero de mi generación. Por cierto que en feria o fuera de ella, tenéis que conseguir que Pedro dé un concierto en La Solana.

Y en casi último lugar, tengo que mencionar un grupo de personas imprescindibles, que están en el pregón. Desde ese 17 de marzo en que recibí la llamada de La Solana, mi familia ha estado en esto. Mis padres a la vez preocupados y orgullosos. Mis hermanos, tanto los que lo son de sangre como de afinidad, y suman muchos, han estado aquí, bombardeados una y otra vez para guardar la agenda. O mis once sobrinos, pensando en lo que entenderían y lo que no, de lo que yo dijera.

Mis padres merecen, de manera especial, al menos un párrafo.

A ellos debo mi identidad que es casi todo lo que tengo. Ellos son mis ferias. A ellos debo mi fe y poderla vivir en minoría sin renunciar por ello a un montón de relaciones, de amigos, y de participación social y ciudadana. De ellos aprendí primeramente a no celebrar a Santiago y al mismo tiempo a disfrutar de la Feria. En ellos tengo las raíces de mi laicismo cristiano que se hace más vehemente con los años. Y a ellos, a mis padres, en sus ya más de cincuenta años de casados, debo las ferias que siempre disfrutamos desde niños, con la humildad de quien administra el salario para que alcance al disfrute, pero sin permitir que el disfrute agote el presupuesto de las prioridades.

Recuerdo, como una estampa que hoy parece increíble, el fin de un día de feria, o de un domingo de verano, cuando en el camino de vuelta a casa, ellos ejercían un poco de flautistas de Hamelin, con una corte de niños alrededor que siempre fueron cuidados con cariño, y al mismo tiempo aprendieron a cuidar los unos de los otros. Y en esa imagen no falta, de cuando en cuando, medio helado del corte para cada uno comprado en la tienda amiga de Felipe el Pollo, y cortado cariñosamente para que el lujo de un helado no agotara la economía familiar.

Mis padres son la Feria y son La Solana, también cuando la casa se llena cada año de gente que ha ido avanzando en vidas diferentes pero que necesitan (necesitamos) el bullicio del reencuentro, la convivencia, el olor a persona, el debate permanentemente abierto,…  para sentirnos vivos.

En esas personas que llenan mi casa en ferias está la familia extensa, tíos que nacieron aquí, o cerca,  pero que la vida, que es la lucha siempre hacia delante, de pobres y de obreros, se fue llevando lejos.

A todos quise tenerlos hoy conmigo y con mi pueblo que es el suyo. Las olas de calor, los planes previos, la edad o la salud, han traído a algunos y dejado lejos a otros. (Curiosamente esta es la feria en que menos han venido, porque los años empiezan a no perdonar).

Pero al intentar cerrar este pregón las redes familiares que me llenan de orgullo se me evocan muy en paralelo con La Solana y la Feria. Los ausentes, volverán a estar presentes cuando, acabado el pregón, empiece a sonar el móvil o a vibrar en la recepción de mensajes importantes que acortan la distancia.

La relación de mi familia con la feria es un poco como la de los otros solaneros. Los hay que viven la feria de primera mano, bien porque están aquí y además eligen quedarse a disfrutarla o porque estando lejos, apartan estos días en su agenda para vivir cada caseta y cada minuto de volver hacia el futuro de su pueblo. Hay otros que evitan la feria sin ser  menos paisanos; si viven aquí eligen salir a otros lugares en estos días entre calor, fiesta y vacaciones; y si viven lejos no pueden o no quieren venir en estos días sin ser por ello menos solaneros.

También hay paisanos que nacieron muy lejos y han llegado hasta aquí y ahora son parte de nuestra vida y de nuestra historia. Esta mezcla, este acierto de convivencia, es quizá el primer mérito en común de mi pueblo y de mi familia; juntarse y convivir.

Y en eso, ni yo, ni mi gente, ni tampoco La Solana podemos volver atrás, porque la vida nos empuja a gastarnos en lo que nos ilusiona. Igual que esta feria dará paso a otra feria, y este año a otro año; aunque pasen tiempos que llamamos de crisis; aunque nos sintamos acorralados e incluso destruidos; perdidos, o solos, … Nohemí, que soy yo, y cada uno de vosotros que me escucháis atentos, somos personas con el derecho de ser tomadas de una en una,  y al mismo tiempo, con la voluntad de conformar un pueblo, el nuestro, en el que la vida es bella, tiene que serlo para todos, sin que en alegría, en solidaridad, o en convivencia podamos permitirnos volver atrás ni un solo paso.

Esta es mi canción y este es mi pregón.

La canción ha estado muchas veces en mis corchos; y aún hoy, de cuando en cuando, me sorprendo llorándomela yo sola. Y en días como hoy, que si se narran parecen largos, pero cuando se viven pasan a la velocidad de un suspiro, quiero que esta canción sea también la vuestra. 

Disfrutad la Feria y sumad, para que nada  permita que La Solana vuelva atrás en lo que a las personas se refiere.

Suena “Palabras para Julia” en voz de Rosa León



50 aniversario.

50 aniversario.

Ayer celebramos el 50 aniversario de casados de mis padres. Para ser sinceros, el evento sucedía el 29 de junio, pero no fue hasta ayer, 4 de julio, que pudimos juntarnos para celebrarlos. Entre los momentos de emoción el discurso de mi hermano Rafael con estas palabras.

 

Queridos progenitores, amadísimos padres,

 
Hablo en nombre de vuestros 7 hijos que nos sentimos hoy muy contentos, pues habéis llegado a cumplir juntos ese montón de años tan fabuloso.
No podemos hacer otra cosa que no sea celebrarlo. Humildemente, agradecidos a Dios que lo ha hecho posible y a vosotros que habéis trabajado por por mantener aquella promesa que os hicísteis hace medio siglo.
Nosotros no estábamos en vuestra boda, seguramente ni en vuestros pensamientos. Ni tampoco tenemos un vídeo del evento, si acaso alguna fotografía en blanco y negro, pero sabemos lo que nos han contado: que había una vez un joven que buscaba ​una novia o algo​y una joven que quería ser misionera. El joven encontró a una mujer virtuosa y ella un campo de misión enooorme.
50 no es una meta, es sólo un hito, como los que marcan los kilómetros en las carreteras. Queda mucho camino por recorrer.

 
AGRADECIMIENTOS

  • Os agradecemos la dedicación. ​Los muchos trabajos, de los dos. Decir que mi madre no trabajó, por no haber recibido un salario, sería faltar a la verdad, y decir que mi padre no se implicó en nuestra crianza, no sería honesto ni justo.
  • Os agradecemos vuestro trato igualitario, ​teniendo exquisito cuidado en no castigar ni privilegiar a nadie de manera diferente. Habéis procurado repartos justos y equitativos. Gracias por hacernos a los varones fregar platos y a las chicas cargar escombro. Al fin y al cabo todos hemos limpiado tijeras.
  • Os agradecemos vuestro ejemplo, que es como un Manual de Padres.
  • Es impagable. Cuando pensamos en Dios como Papá­y­Mamá, pensamos inevitablemente en amor, entrega y sacrificio. Así, vosotros sois ejemplo de padres por vuestra abnegación y entrega.
  • Os agradecemos infinitamente vuestro legado. ​No sé si es buen día para hablar de herencias, pero es que hay una herencia, un legado, que tiene más valor que cualquier propiedad terrenal. Me refiero a la esperanza de eternidad, de valores eternos, de un reino incorruptible. Esta Herencia (con mayúsculas) merece ser puesta en algo. Gracias.

CONSEJOS

Permitidnos unos 7 consejos para ese tramo que os queda por delante

1. Dios en el centro, siempre
Dios permanece fiel. Permaneced fieles, a El en primer lugar, pero también entre vosotros, y fieles también cada uno a sí mismo. Perseverad, con Dios en el centro. Seguid, siendo ejemplo como hasta hoy.

2. Llevarse bien
Qué os vamos a decir si sois de los que arreglan las cosas cuando se rompen. Esto dicen que es el secreto de una relación duradera. Arreglar las cosas, y no tirarlas cuando están viejas o rotas.

3. Aguantad cada uno las manías del otro
Hemos oído que a mayor edad nos volvemos más maniáticos. No sé si es cierto, pero si lo es, tened paciencia cada uno con las manías del otro.

4. Desechad las preocupaciones
Por nuestra parte intentaremos no causaros dolores de cabeza, pero si hacemos algo que os molesta u os duele, no os calléis, mandadnos a tomar viento fresco. No os dejéis afectar por la preocupación.

5. Cuidaos la salud
No hagáis esfuerzos físicos que luego puedan acarrear dolores, o malestar. Pedid ayuda, para eso están los yernos: Bolívar, Sergio, Juanmi y Fran. Es broma. Estamos todos.

6. Derrochad un poco
No nos vamos a enfadar si os vais de crucero, por el caribe, o por el mediterráneo o aunque sea por el pantano de vallehermoso. Tampoco nos enfadamos si os vais de mariscada o a un restaurante caro, o aunque sea compreis marisco de vez en cuando si eso os gusta.
Tampoco nos va a sentar mal que os vayáis a un parador, a un hotel de lujo, o aunque sea al molino a pasar una noche romántica.

7. Vivid el momento: ​carpe diem​. Nada de nostalgia. No sólo hay recuerdos, que los habrá y muy hermosos, pero lo que importa es el AHORA. Vivid el momento. Fuera el derrotismo de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es cierto. Ese pensamiento es el puede hacer que una persona sea vieja antes de los 20. Pero desechar esa idea puede hacer revivir a cualquiera, como la savia nueva en un árbol anciano.

Éxito

Éxito

Notas preparadas para hablar a los alumnos que finalizaron Bachillerato y Ciclo Formativo de Grado Medio en Villanueva de los Infantes, y que lo celebraban el 21 de mayo de 2015

 

Mis queridos estudiantes,

Es difícil hablar sin conoceros más allá de la información que proporcionan los listados relacionados con la gestión del instituto. Es igualmente difícil esperar que me escuchéis con atención, porque somos, pese a todo, unos desconocidos. Sabéis mi nombre y que soy “la inspectora del centro” que es casi lo mismo que una extraña. Sirva como anécdota, el comentario de una sobrina mía al hablar de mi a sus amigos: “Los inspectores de educación son solo un mito. Los maestros nos piden que nos portemos bien cuando va a venir el inspector, pero verlos, lo que se dice verlos, nadie los vio jamás”. Pues ya veis, yo soy de carne y hueso y hoy voy a hablaros.

Yo poco sé de vosotros, salvo que termináis Bachillerato o Ciclo Formativo y dejaréis el centro. No sé qué es lo que esperáis que os diga. Es relativamente fácil caer en la tentación de llenar este puñado de minutos que me corresponden con  un número de similar de generalidades sobre el esfuerzo, el éxito y el logro. Pero ya os lo habrán dicho muchas veces.

Mirando en que podíais tener en común caí en la cuenta de que la mayoría de vosotros nacisteis con Harry Potter. En 1997, cuando se publicó “Harry Potter y la piedra filosofal” yo ya era maestra. En 2008, cuando se publica la última novela “Harry Potter y las reliquias de la muerte” ni siquiera se me había pasado por la cabeza que algún día trabajaría como inspectora. Y eso es solo un ejemplo de lo que cambia una vida en unos pocos años.

Por eso hoy Harry Potter me sirve de metáfora y me tomo la libertad de utilizarlo para inspirar una pequeña lección que me vino a la cabeza al plantearme lo que podía (y quería) deciros hoy. Quizá estaréis perplejos porque ¿qué tiene que ver una inspectora en una fiesta de graduación  con el pequeño y famoso mago y con vosotros?

Me pareció sencillo. Los tres en un momento tomaron decisiones que cambiaron sus vidas. De las mías ya no hablaré más. De las de Harry Potter  me quedo con la tenacidad de entrar y vencer en el mundo de la magia dejando tras de si  la casa ordinaria y más o menos cómoda de sus tíos. Pudo no haber salido de ese mundo normal en el que, pese a la existencia de indicios de un mundo mágico, nadie miraba de frente el reto que podría llevar a Harry a conquistarlo.

Con vosotros es similar y diferente al mismo tiempo. Muchos, empezando por vuestras familias, han creído en vosotros, y no han escatimado esfuerzos para que tengáis herramientas para conquistar un mundo más completo.  En un sentido por eso estáis aquí. Igual que Harry un día abandona la casa para iniciar un camino diferente, hoy tenéis ante vosotros el final de una etapa y un nuevo mundo por conquistar. Se os plantearán muchas opciones entre las que tendréis que elegir, y en muchos casos, como Harry, la voluntad y el sentido común, serán vuestra magia. Cuando estéis en medio de alguna de las encrucijadas habrá quien os deseará suerte y os aseguro, que en más de una ocasión no sabréis si la tenéis hasta que, mirando atrás, consideréis lo que vais consiguiendo y sus efectos.

También de eso quiero hablaros, de la suerte en la vida que algunos llaman éxito. Puedo hacerlo porque hoy estamos en el mejor punto de partida; porque hoy celebramos vuestro éxito al finalizar una etapa que os confirma como adultos. Sin embargo el éxito es tan efímero que cuando apenas hayáis disfrutado de esta noche (de la cena y la fiesta más que de estas palabras), volveréis a la tensión y al riesgo de los exámenes con la intención de triunfar de nuevo en la PAEG y en la universidad, o en el trabajo. Y así, casi sin daros cuenta, iréis configurando vuestra vida, que se pasa muy rápido.

También Harry Potter buscaba, incluso sin saberlo, el éxito sobre Voldemort, que es para quienes lo vemos de lejos, el triunfo sobre el mal. Pero el pequeño mago, metido en las batallas, no puede verlo igual de claro. Así estaréis vosotros, en medio de luchas y tensiones en las que no sabréis distinguir con claridad que es lo malo o lo bueno, o incluso más difícil, lo bueno y lo mejor. Y querréis siempre resolver los conflictos de manera exitosa.

Creo que hoy, entre las palabras más repetidas os hablarán de “éxito”, tanto los que miran atrás para felicitaros como los que miran adelante para desearos suerte.  Y a mi, en mi condición no de inspectora, sino de mujer que ha tenido que salvar sus dilemas y conflictos y no siempre ha triunfado sobre ellos, no me gustaría dejaros marchar sin advertiros sobre algunos riesgos del éxito que debéis evitar; sobre modalidades de triunfo que, en ningún caso deberíais perseguir:

  • Empiezo por deciros que no deberías llamar éxito a ninguno que se construya sobre el fracaso de los otros porque no seréis más felices si no lleváis en vuestra felicidad la de quienes os rodean. No puede ser un logro el que necesita de la ruina del vecino, ni el que se asienta sobre su derrota.
  • Tampoco cedáis a renunciar, en ningún caso, a ser vosotros mismos para ser exitosos. Pocas cosas merecen más la pena que la sinceridad con uno mismo y la honradez con los demás. ¿De qué puede serviros parecer triunfadores ante otros si ante vosotros mismos, en vuestro fuero interno, tenéis que renunciar a lo que os gusta, a lo que os satisface o a lo que os haría sentiros satisfechos?
  • Debo advertiros también del riesgo de dejarse engañar por los triunfos que atienden solo a números y cifras porque la vida es más que dinero o escalones. No olvidéis lo que indican. Como vosotros mismos sois más que un expediente y arrastráis una historia la medida del éxito es más que su valor. Tened siempre presente que en las cosas que importan dos y dos no siempre suman cuatro, igual que no siempre quedan dos si de tres falta uno.
  • No permitáis que el trabajo os aburra. Para triunfar en vuestras labores, sean las que sean, tendréis que cultivar la mayor dosis posible de interés por las cosas y de curiosidad. No dejéis morir ninguna pregunta sin buscar las respuestas; y no temáis cambiarlas si la duda os muestra un camino mejor.
  • Tampoco os conforméis con la comodidad. Valorad más los triunfos que se alimentan directamente del esfuerzo que los que nacen de la casualidad o de la nada. No alcanzaréis verdadero éxito si dais lugar a la pereza; ni si dejáis que la rutina ocupe un lugar prioritario en vuestros días. Reivindico el esfuerzo, pero no me refiero solamente al esfuerzo machacón de convertir una tarea en repetitiva hasta mecanizarla. Me refiero a un esfuerzo mas sublime que implica priorizar e invertir las fuerzas, físicas, mentales o afectivas, en conseguir lo propuesto como más importante.
  • Considerad también que no es éxito del bueno el que aspira a llevar siempre razón. Aprended a reconocer errores, e incluso a desearlos, para perfeccionar vuestras propias respuestas. De la autora de Harry Potter (J.K. Rowling) yo también he aprendido que el fracaso es casi tan importante como el éxito y a no subestimarlo.
  • Pero tampoco quiero que penséis que debéis contentaros con la derrota ni ser condescendientes con la mediocridad. No es propio de valientes quedarse en las caídas sin levantarse y mirar de frente a la adversidad para vencerla.
  • Perseguid el éxito que no disfrutáis solos. Buscad la compañía de personas diversas. Huid de los aduladores. Y si tenéis que elegir, optad siempre por lo que contribuye al bienestar de todos. No podéis contentaros si lo individual se muestra superior a lo de todos.
  • No entendáis nunca el éxito como un fin en si mismo porque entonces cuando creáis haberlo alcanzado dejaréis de tenerlo. Trabajadlo más bien como un camino, como una senda permanente que no podéis abandonar; como un proceso que construís vosotros mismos y que al tiempo os moldea y os hace ser quien sois.
  • Y por último, cerrando a modo de decálogo mis consejos, cultivad los recuerdos, incluso los recuerdos inventados que guardan bien lo bueno y desechan lo malo. No incluyáis en los recuerdos útiles, nada que de lugar al resentimiento. Será en vuestras propias memorias de éxito y de fracaso en las que, en muchas ocasiones, encontraréis razones para seguir adelante,  para hacer o no hacer, y para no olvidar. Entenderéis que ni el pasado fue mejor ni lo será el futuro.

Ya veis que empezáis, como Harry Potter en el 97 una nueva carrera. Muchos hoy os felicitarán por ser quien sois y haber llegado hasta aquí que ya es un triunfo. Otros os desearán todo lo mejor para la nueva etapa que empezáis. Algunos harán ambas cosas. Yo quiero que me recordéis por advertiros que la carrera del éxito, que os deseo, no está exenta de pruebas y que esperamos que hagáis mejor lo que hemos hecho mal los que llegamos antes.

Recordad que a pesar de las luchas e intrigas que Harry Potter vivió en el mundo de la magia, nunca quiso volver a casa de sus tíos. Y tengo que deciros con certeza que no vuelve atrás el tiempo en ningún caso, y aunque en ocasiones nos de oportunidades con las que no contábamos, no permite la vida que volvamos atrás.

Que cada éxito que alcancéis (y que sean muchos) os sirva de cimiento de la siguiente etapa. Porque el fin, casi nunca es el fin, sino que muchas veces, como hoy, es tan solo el principio.

"Pelando la cebolla"

"... El recuerdo se asemeja a una cebolla que quisiera ser pelada para dejar al descubierto lo que, letra a letra, puede leerse en ella ..."

Güuter Grass, que hoy ha dejado de escribir y de leer recuerdos.

Prioridades sociales.

Hoy, repetidamente, estos textos han ocupado mi pensamiento.

Válidos dentro y fuera de mi fe.

 

"Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada.

Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios.

No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro.

Y no juraréis falsamente por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová.

No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana.

No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová.

No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo.

No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová.

 No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado.

No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová."

La Biblia. Levítico 19. 9 a 18

Buenas noticias.

El café humea. Tiene sabor a hogar  aunque lo toma en un local de paso. Es un café diario entre desconocidos que empiezan a dejar de serlo.

Ana maneja la máquina mejor que nadie. Si es ella quien prepara el primer café de la mañana el desayuno sabe mejor; la cafeína anima más. El día que lo hace su marido, por muy jefe que sea, el líquido tostado es poco más que eso.

Ella  es fiel en sus horarios, y quizá por eso sus anfitriones se han ido haciendo fieles en su cuidado. Les basta verla entrar para preparar su café. Leche, la justa para ser algo más que un cortado y algo menos que un tazón. Ningún sobre de azúcar en el plato. Hace tiempo que dejaron de ponerlo y no hizo falta más explicación. A cambio empezó a aparecer un trocito de chocolate. A veces ni siquiera está envuelto. A veces es incluso un pellizco de apariencia infantil  de una de las tabletas que Ana usa en cocina.  Unos minutos más tarde la tostada. Pan del de toda la vida, dorado al fuego pero sin pasar. Aceite, tomate y sal. En ese orden. Al lado, enseguida (si es que no estaban ya allí desde su entrada), los periódicos apilados uno sobre otro en cualquier orden.

Y de nuevo hoy los periódicos quedan intactos.

Sus ojos no van más  allá de la portada que el azar dejó a la vista.  Ana mira de soslayo, sorprendida por el cambio operado en la secuencia de actos de esa mujer menuda, familiar aunque desconocida, que no ha dejado de tomar el desayuno en su pequeño café desde que empezara a ir por la sede de un partido político enfrente de su bar.  Puede que sea empleada. Nada sabe de ella.

Termina el desayuno. Como siempre en estos pocos años, reserva un sorbo de café para el final y después, cuando la taza está vacía del todo, introduce métodicamente los restos de servilleta en la taza vacía y se levanta. Si hubiera mirado alguno de los periódicos, ahora lo estaría cerrando y ordenando el montón, antes de dejar sobre la barra las monedas justas para pagar su desayuno. Después se  despediría amablemente y cruzaría la calle.

Pero hoy tampoco lo hace.

Deja sus monedas y mira a Ana quien, antes de escuchar “hasta mañana” y responder “adiós” como es ya costumbre entre dos desconocidas, le sonríe y clava su mirada durante dos largos segundos en sus ojos. Y en ese tiempo, que es el justo, solo le dice, “hoy tampoco la prensa cuenta buenas noticias”.

Navidad, 2014

Navidad, 2014

"¡Que nos quiten lo bailao!"

"La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia."
Plutarco

¿Quién no ha dicho alegremente esta expresión castellana con la satisfacción de haber sido feliz y estar preparado para asumir las consecuencias, menos felices, que puedan derivarse?

Veo los informativos y me pregunto, un día tras otro, si todos los que han sido felices con lo ajeno, lo valoran igual.  Me pregunto si los especialistas en “tarjetas opacas” de verdad pensaban, que el baile les tocaba por justicia; si nunca pensaron que bailar a costa de la inmovilidad enfermiza de la mayoría de ciudadanos, a quienes ya se habían encargado de culpabilizar por vivir dignamente, podía pasarles factura. No sé si alguna vez tuvieron la impresión de que eran ellos, y no los muchos ciudadanos honrados, quienes habían vivido por encima de sus posibilidades. Posibilidades que, dicho sea de paso, ya estaban desde el mismo punto de partida muy por encima de las posibilidades de todos los demás. Pero el cinismo de quien se ha convertido (si es que no ha sido siempre) en amigo letrado de lo ajeno, le mantiene bailando de manera indecente, como si nunca fueran a quitarle lo bailado.

Y no se han apagado las luces de una fiesta cuando el escenario nos deja entrever un nuevo show, el del blanqueo de dinero y perversión de lo público para el beneficio ilegal, ilegítimo e inmoral de algunos. Y de nuevo el baile de unos pocos se convierte en la pesadilla de los más.

El estado de shock es colectivo para una sociedad que se ha visto acusada de haber vivido en un nivel que no le correspondía; de haber entrado a un baile al que no estaba invitada. Como si tener sanidad, educación, bienestar social, cuidados paliativos, casa, y hasta vacaciones, hubiera sido un lujo transitorio e inmerecido para gran parte de los ciudadanos. Y entre tanto, de manera inmoral, quienes nos acusaban, van cayendo víctima de una epidemia más maligna que el Ébola, porque nace de la misma voluntad de las personas que se piensan más merecedoras de todo lo que se paga con dinero, que el resto de sus vecinos.  

Y quizá haya, entre los espectadores del baile de lo ajeno quien, con mitad envidia mitad resignación, se sienta a medias satisfecho por ver a los danzantes esposados, detenidos, o mendigando cantidades astronómicas para seguir bailando. Tal vez haya quien piense que han disfrutado tanto que no podrá arrancárselo o hacérselo olvidar ni siquiera el saberse descubierto y perseguido. Y de nuevo la frase, tan castellana como ambigua “¡qué les quiten lo bailao!”.

Sin embargo no es a los Rato, Blesa, Granados, Martinez Barrazón, Marjalier, Acebes, y un largo etcétera de sinvergüenzas, inmorales y sin escrúpulos a los que será difícil quitarles lo bailao, por mucho juicio interminable que soporten o por mucha indignación pública que les salga al paso.

Será al resto, espectadores de su baile, a quienes será complicado sacarnos y hacernos olvidar la escena.  Porque este baile ha sido por encima de los derechos de todos los demás, ciudadanos de a pie que apenas llegamos a entender que macabro espectáculo sucede ante nosotros y en qué hemos podido ser cómplices. El baile de unos pocos, (aunque se nos parezcan multitudes), ha pisado el deseo de todos a vivir igualmente en democracia. Han bailado de manera macabra sobre el sueño del resto de alcanzar prioridades que nos hacen ciudadanos humanos y no súbditos. Han bailado con saña sobre el derecho escrito, en leyes y en conciencias, a disfrutar de escuelas y hospitales sin excluir a nadie porque ha nacido lejos.

No sé si la justicia podrá “quitarles lo bailao” en el sentido estricto que no alcanzan a escribir estas palabras. Pero me duele más, mientras escribo, la certeza de que al resto, que miramos con estupor como engorda la lista de ladrones ilustres, si que será difícil que nos quiten el dolor de haber sido la alfombra de sus bailes.

Ética en la escuela.-

Adela Cortina en El País, el 2 de Diciembre de 2012

Dicen algunos expertos en estos temas que las gentes formulamos juicios morales por intuición, que no tenemos razones y argumentos para defenderlos, sino que tomamos posiciones en un sentido u otro movidos por nuestras emociones. Tratan de comprobarlo, por ejemplo, con lo que llaman “males sin daño”, como es el caso de una persona que promete a su madre moribunda llevarle flores al cementerio si muere y, una vez muerta, no cumple su promesa. ¿Ha obrado moralmente mal? La madre no sufre ningún daño y, sin embargo, la mayoría de la gente está convencida de que está mal obrar así, pero no saben por qué. Y esta es la conclusión que sacan los expertos en cuestión: las gentes asumimos unas posiciones morales u otras sin saber por qué lo hacemos, nos faltan razones para apoyarlas. Cuando lo bien cierto es que en nuestras tradiciones éticas podemos espigar razones más que suficientes para optar por unas u otras, aunque se trate de cuestiones nuevas. Conocer esas tradiciones y aprender a discernir entre ellas es, pues, de primera necesidad para asumir actitudes morales responsablemente, para poder dialogar con otros sobre problemas éticos y para innovar.

Esto no se consigue en un día, por arte de birlibirloque, sino que requiere estudio, reflexión, diálogo abierto. Ese era el propósito de una asignatura, presente en el currículum de 4º de la Enseñanza Secundaria Obligatoria desde hace casi un par de décadas. Se llamó primero Ética. La vida moral y la reflexión ética, ahora lleva el nombre de Educación ético-cívica, y en su honor hay que decir que ha permanecido en su lugar a través de los cambios políticos. Sólo antes de que naciera se planteó el problema de si la ética era una alternativa a la religión, o si más bien era común a todos los alumnos, mientras que la religión quedaba como optativa. Afortunadamente, esta segunda fue la solución, y desde entonces ningún grupo social y ningún partido político han puesto en cuestión su presencia en la escuela.

Es lamentable, pues, que desaparezca en el Anteproyecto de ley orgánica para la mejora de la calidad educativa, cuando la calidad debería consistir sobre todo en formar personas y ciudadanos capaces de asumir personalmente sus vidas desde los valores morales que tengan razones para preferir, no solo en que los alumnos adquieran competencias y conocimientos para posicionarse en el mundo económico. Si se trata de “lograr resultados”, como dice a menudo el anteproyecto, ayudar a formar una ciudadanía responsable es un resultado óptimo y además es el único modo de contar con buenos profesionales.

Un buen profesional no es el simple técnico, el que domina técnicas sin cuento, sino el que, dominándolas, sabe ponerlas al servicio de las metas y los valores de su profesión, un asunto que hay que tratar desde la reflexión y el compromiso éticos. Justamente la crisis ha sacado a la luz, entre otras cosas, la falta de profesionalidad en una ingente cantidad de decisiones, el exceso de profesionales que utilizaron técnicas como las financieras en contra de las metas de la profesión, en contra de los clientes que habían confiado en ellos.

En un sentido semejante se pronuncia el economista Jeffrey Sachs al afirmar al comienzo de su último libro, El precio de la civilización, que “bajo la crisis económica americana subyace una crisis moral: la élite económica cada vez tiene menos espíritu cívico”. Y lleva razón, nos está fallando la ética, esa dimensión humana que no solo es indispensable por su valor interno, sino también porque ayuda a que funcionen mejor la economía, la política y el conjunto de la vida social. Hace falta, pues, en la educación una asignatura que se ocupe específicamente de reflexionar sobre los problemas morales, conocer las propuestas que nuestras tradiciones éticas han aventurado, y argumentar y razonar sobre ellas para acostumbrarse a adoptar puntos de vista responsablemente.

Claro que una modesta asignatura no basta, que no es la píldora de Benito que resuelve todos los problemas, pero una sociedad demuestra que una materia le parece indispensable para formar buenos ciudadanos y buenos profesionales cuando le asigna un puesto claro en el currículum educativo, no cuando la diluye en una supuesta “transversalidad”, que es sinónimo de desaparición. Y más si ese puesto es el que ahora tiene, 4º de la ESO, un momento crucial en el proceso educativo.

Una sociedad no puede renunciar a transmitir en la escuela su legado ético con toda claridad para que cada quien elija razonablemente su perspectiva, porque es desde ella desde la que podemos juzgar con razones sobre la legitimidad de los desahucios en determinadas ocasiones, sobre la obligación perentoria de cumplir los objetivos de desarrollo del milenio, sobre la injusticia de que las consecuencias de las crisis las paguen los que no tuvieron parte en que se produjeran, sobre la urgencia de generar acuerdos en nuestro país para evitar una catástrofe, sobre la indecencia de dejar en la cuneta a los dependientes y vulnerables. Es desde esa dimensión de todo ser humano llamada vida moral desde la que se decide todo lo demás, una dimensión que es personal e intransferible, pero tiene que ser también razonable.

No os olvidéis de las mujeres.

No lo digo solo porque el 11 de octubre fuera el Día Internacional de las niñas declarado por Naciones Unidas desde diciembre de 2011 con el objetivo de reconocer los derechos de las niñas y los problemas excepcionales que tienen que afrontar en todo el mundo. Lo digo porque las noticias vienen cargadas de noticias protagonizadas por mujeres y en gran parte de ellas aparecen como heroínas del siglo XXI que le ganan batallas a la vida para construir un mundo mejor.

Si no fuera por ese punto de valentía femenina Teresa Romero no se habría ofrecido para cuidar, desde su puesto de profesional de la sanidad, a un enfermo de Ébola que llega a España para morir. No lo habría hecho sabiendo que la enfermedad es altamente contagiosa y que no se conocía, como no se conoce aún, ni cura ni vacuna para afrontarla. Pero Teresa lo hizo y el riesgo anunciado pero no medido, de que el virus le alcanzara, se cumplió. Aún así, la valentía femenina de esta mujer sigue de manifiesto mientras, entre la vida y la muerte, con todos los ojos y focos pendientes de ella, lucha por sobrevivir y genera anticuerpos que dan lugar a la esperanza. Tenía que ser mujer y trabajadora para responder así.

Por contra, como en los cuentos, la vida también ha traído su antihéroe, repartido por igual entre un hombre y una mujer. Dicen que los antihéroes son personajes antisociales, desagradables, ordinarios, … que aunque realicen actos aparentemente heroicos, lo hacen con medios o con fines que no lo son. No sé si están pensando en Ana Mato o en Javier Rodríguez, pero en esto de ganar batalla al Ébola en España, ninguno de los dos por mucha cartera ministerial que usen, alcanza ni en calidad profesional, ni en aptitud humana, a Teresa.

Además los héroes no están nunca solos y junto a Teresa, sirva este escrito de homenaje silencioso a la multitud de mujeres que en África luchan contra esta peste de nuestro siglo. Merecido homenaje para ellas (y ellos) que no se dará en teatros ni auditorios, que no llevará medallas, pero que ganan cada día a fuerza de sufrir la enfermedad y lo que entraña, de combatirla en primera línea o mas allá, de cuidar y confortar sin medios, a enfermos y huérfanos. Por mantener la lucha y la esperanza cuando nadie la tiene. Nunca occidente pagará a estas mujeres y estos hombres lo que les debe.

No os olvidéis tampoco de las niñas que como Malala quieren cada día ir a la escuela. Y esta última semana, con su 11 de octubre en medio, ha tenido el honor de celebrarlo escuchando que Malala se convertía en la mujer más joven que recibe el Novel de la Paz. Heroica la joven vida de Malala enfrentada a la ignorancia con su deseo de saber, y al machismo radical de los talibanes con su sencillo ser niña camino de la escuela. Heroico su empeño en que las niñas se eduquen también en un país y en un contexto que mal usa, como seña de identidad, la exclusión y la desigualdad de las niñas y las mujeres frente a sus iguales masculinos. Por eso compartir el premio con un hombre, Kailash Satyarthi, con quien también comparte la lucha por la igualdad, no resta valor a sus hazañas; las ensalza en el terreno de la igualdad compartida, de la justicia solidaria y de la colaboración comprometida.

No alcanza al valor de esta muchacha, por erudito y ministro que sea, el que ha defendido, en el entorno nada hostil de nuestra España, la existencia de centros segregados. No importa que intente uno y mil argumentos bondadosos.  El antihéroe en la guerra por la educación universal es el ministro Wert por mucho que parezcan guerras independientes, pues donde unas victorias suponen un avance heroico hacia niveles de igualdad que parecieron ajenos, otros se encargan de garantizar el retroceso en lugares donde se dio por lograda y segura la educación de todos.  

Y con ellos, junto a Malala, en silencio, un montón de niñas y de niños en India y Pakistán, y en resto del mundo, que todavía no han visto, ni siquiera para soñarla, una escuela de cerca. A ellos igualmente nuestro homenaje silencioso en esta semana que, desde esta humilde página, hemos llamado “de las mujeres”.

Esta misma semana el Congreso de los Diputados ha hecho una declaración institucional a favor de las niñas, con la intención de llamar la atención a la comunidad internacional para que facilite el acceso de las niñas a la educación y que luchar contra las causas que hacen que las niñas estén más expuestas a distintos tipos de injusticia. Apenas se han oído los ecos del manifiesto que cito. Más aun me sorprende que apenas se han oído las voces necesarias para que esa declaración de intenciones que es un manifiesto institucional, se convierta en medidas concretas que contribuyan a que las niñas, nuestras niñas, sean menos vulnerables en todas las situaciones cotidianas que les toca vivir. Pero también aquí había heroínas discretas, casadas desde niñas, violadas, mutiladas, privadas de su infancia. Ha pasado discreta esta noticia quizá porque nuestra psicología colectiva, tan acostumbrada ya a lo dramático, no se ha despertado con las lágrimas de ninguna niña adolescente, con nombre y apellidos, obligada a casarse. Ni con la foto de ninguna niña dramáticamente privada de educación y escuela, ni con hambre, o en situación de riesgo por enfermedades que creímos erradicadas. Apenas las hemos visto pasar por el Congreso o por algún acto más, y sin embargo, merecen el respeto como vencedoras de pequeñas batallas cotidianas que llevan mucho valor y muchas ganas.

Les saldrán antihéroes en cada esquina, en su tierra y en la nuestra. Allí quizá evocando la (des)- cultura de lo que siempre ha sido. Aquí por la ignorancia del morbo y la falta de compromiso. Pero merecen, para cerrar la semana que yo he dado en llamar “de las mujeres” un lugar en el podio y todos mis respetos, porque son heroínas del siglo XXI que le ganan batallas a la vida para construir un mundo mejor.

Rosa Blanca.

 

Hoy mis amigos me han traído a José Martí a la memoria, y aquí dejo, un poquito de su obra, para todos mis amigos.

Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.

Historia mínima.

"- Has cambiado.

- Tú no. ¡Escondías tanto!"

Mi nombre.

El mueble habita donde habito; el resto es solo miedo.

No es joven ni es vieja. Es simplemente ella. Una mujer en  pijama sentada en un inmenso sofá amarillo que ocupa el mejor hueco del salón. A su derecha se cuela el sol de la tarde por la ventana del balcón. El silencio está dentro y la envuelve.

No ve su rostro y no alcanza a imaginarlo. Duda si lo ha visto alguna vez. Necesitaría salir de sí misma y observarse para reconocerse. No puede, se adivina cautiva en su cuerpo; no le molesta.

En ausencia de rostro observa como sus manos se mueven ágiles sobre el teclado del ordenador, un Mac Book Pro ligero que soporta sobre las piernas. Y va leyendo el texto que aparece acompasadamente en la pantalla.

Era un mueble de madera dorada. De dos cuerpos con repisa de mármol entre ambos. Abajo puertas grandes para guardar la loza y dos cajones. Arriba dos puertas de cristal. Fue el mueble de la abuela. Después anduvo muchos mundos. Estuvo en un trastero muchos años, sometido al olvido. Sirvió de despensero en la casa de campo. Hizo de librería en la buhardilla …

¿Cuánto tiempo lleva escribiendo? Quisiera calcularlo pero todo en su vida es solo un instante. No tiene recuerdos y únicamente la reflexión sobre lo que observa le permite alargar el momento. Quizá sea el modo de construirlos, pero ella no lo sabe; ni siquiera sabe que los recuerdos son posibles. No los añora.

Suspira, sus dedos han dejado de aporrear el teclado mientras ella ha leído lo escrito.

Era un mueble de madera dorada

Le resulta familiar escribir y lo hace con soltura. Necesita seguir escribiendo. Toma el suspiro como impulso y vuelve a concentrarse. A medida que las palabras se van dibujando de nuevo en la pantalla recupera la sensación de calma. Olvida que no tiene rostro y mira alternativamente a sus manos y a su escritura. ¿Qué extraña magia las conecta? ¿Qué poder escondido hace que de los movimientos de sus dedos huesudos surjan palabras de negro sobre blanco? No importa lo que digan; observa como fluyen y le basta.

Hizo de librería en la buhardilla de donde debieron rescatarlo no hace mucho. Necesitó un buen trabajo de lijado y fueron apareciendo los colores que el tiempo le había ido pintando y despintando. Debajo de la pintura verde hubo una capa de pintura marrón, y debajo otra blanca. Al fondo la madera dorada que ahora muestra. Tiene un ángulo roto. Intentaron repararlo pero no funcionó y le asoma un clavo mal clavado.

La penumbra ha ido invadiendo el salón. El sofá, si fue amarillo antes, ya no tiene color. La luz de la pantalla apenas ilumina el espacio que sus manos ocupan. El resto del salón va siendo innecesario. Levanta la vista del teclado y observa la ventana.  En el balcón apenas se dibujan ya unas jardineras con unos pocos geranios que se van tornando en sombras. Sabe que tan pronto se oscurezcan no los recordará y dejarán de ser. Ya han perdido el color; son solo negros.

Se interroga. ¿Cuándo empezó a escribir? ¿Porqué lo hace? ¿Escribe para alguien o lo hace para sí? De repente se asusta de sí misma. Escribe, le parece, para huir de vivir sin memoria, para crear recuerdos de un instante, para llenar la soledad que la tortura, para matar el miedo, para ponerse rostro, para encontrar a otros, …  Mejor seguir haciéndolo que dejar que la mente se atormente.

Detrás de los cristales guarda algunas botellas. Hay alguna especial. Una botella de whisky que se antoja tan vieja como el aparador. Está casi vacía, pero aún se guarda en su caja de cartón con letras doradas. Al lado están las copas.

De repente se asusta. Un pitido en el ordenador paraliza sus dedos y una luz parpadea en el ángulo inferior derecho de la pantalla. Es un mensaje rápido. Alguien quiere que quiere hablarle. No reconoce  quien. Solo se sabe a ella en medio de lo oscuro. Tampoco tiene rostro. Lo ignora.

No puede volver a su escritura. Se ha hecho oscuro y se agobia. Se levanta con cautela para encender la luz y, aunque la tranquiliza, el salón le devuelve la misma extrañeza iluminada que precedía al chispazo. Solo algo en el salón le inspira confianza. En una esquina, casi a la espalda del sofá un mueble señorial, de madera de roble, la sorprende. Sobre el mármol que remata el primer cuerpo una vieja botella casi vacía y una copa servida. ¿Quién le sirvió una copa? Toma un trago.

Le resulta desagradable el sabor, pero le atrae. Algo le dice que ha bebido otras veces y parece que se mueve su memoria al tiempo que traga lentamente un sorbito más de alcohol. No evoca nada con nitidez; solo los borrones del no recuerdo parece que se esbozan, y vuelve a olvidar. Bebe de nuevo, despacio, pero ya no se dibuja nada.

Mejor seguir escribiendo aunque le inquiete inventar en su escrito un mueble que ve cerca. Ahora el viejo mueble tiene dos historias. La historia desconocida no le importa. No sabe quien lo hizo, ni donde lo compraron. Le importa la historia que ella inventa y que ve en la pantalla del ordenador en negro sobre blanco. Esta lo hace, de algún modo, criatura suya y le da confianza. Mirar de soslayo al viejo mueble la inquita nuevamente. Se siente vigilada y quisiera salir de ese salón.

Bebe de nuevo, y en un gesto de instintiva desesperación cambia su texto por el mensaje. Escribe una respuesta

¿Quién soy? ¿Qué sabes tú de mí que yo no sepa?

Dime al menos mi nombre.

III. Dije hola y adiós.

“… tanto la quería, que tardé en aprender a olvidarla diecinueve días y quinientas noches.”

Joaquín Sabina

 

Era un día claro de invierno. Luminoso. De esos que, vistos por la ventana, parecen falsos decorados de primavera. La temperatura, en pleno medio día estaba más lejos que cerca de los diez grados centígrados, pero el cielo  azul radiante apenas se dejaba blanquear por alguna nube.

Había pasado la hora punta y el tráfico en las inmediaciones del centro comercial, como la temperatura, se reducía al mínimo. El parking casi estaba vacío.

Juan no había hecho la compra nunca. Lo pensaba al tiempo que introducía la moneda en el carro y repasaba mentalmente lo que no se le podía olvidar. Había hecho una lista pero la había olvidado en casa. Desde que se casó sus tareas de mercado habían sido básicamente acompañar a su mujer o hacer algún recado ocasional con instrucciones claras, pero nunca una compra de principio a fin. Tampoco antes de casarse. A los de su generación la compra, la comida y las ropas, se las dieron hechas su madre o sus hermanas.

Avanza con el carro y mueve los dedos, evitando que se note, en el bolsillo. Vuelve a repasar las cuatro cosas que no puede olvidar. Recuerda el programa infantil que veía con sus hijos, no recuerda ya cuando, en el que una niña, quizá Mafalda, repetía musicalmente la lista de la compra.

Lourdes tenía que comprar algo para la cena. Desde que se quedó sola en la casa no había hecho una compra organizada y apenas quedaban en la nevera ingredientes para preparar algo. No había previsto qué comprar y esperaba inspirarse en el supermercado. No sabía muy bien si la separación le había quitado el apetito o había acabado con la disciplina culinaria que había mantenido durante tantos años. No quiere comprar mucho. Pasa indiferente por la fila de los carros y tira descuidadamente de uno de los cestos que se amontonan a la entrada.

Juan se lo toma como un paseo y va parando cada pocos pasos para  mirar los estantes que se le antojan un espectáculo de productos. No sabe qué comprar, pero todo le parece atractivo. Tras poner un paquete de mantequilla y unos huevos en el carro, decide parar en la carnicería.

- ¿Me pone unos filetes? – pregunta con aparentada espontaneidad.

- ¿Ternera? – pregunta el matarife pasando una y otra vez el afilador por el borde del enorme machete que sujeta al aire con la mano izquierda.

- Vale – responde al tiempo que descubre su ignorancia y construye apresuradamente una respuesta para disimularla – si, para hacer a la plancha para unas dos personas.

- ¿Algo más?

- Pollo. Pechuga si es posible.

- ¿Entera o en filetes?

- Mejor filetes, si no le importa.

- ¿Importarme? Como le haya indicado la parienta, que luego ya se sabe, … - responde el carnicero intentando quitar drama al rostro del cliente.

- Eso, … si, … no me acuerdo. Pero creo que son filetes lo que compra, … - dice o piensa.

- ¿Es todo? Tengo unos choricitos artesanos, que están para morirse,

- No gracias; ya está todo – y alarga el brazo para coger la bolsa que el dependiente le deja sobre la vitrina una vez que ha puesto el ticket dentro y la ha sellado.

Se aleja decidiendo si volvería a hacer así otra vez la compra o pasaría directamente por los lineales refrigerados. Iba a comprar pescado, pero decide dejarlo para otro día y se va a echar un vistazo a los pasillos de droguería.

Mientras, Lourdes ha recorrido apresuradamente todo el supermercado. Quiere coger cuatro cosas e irse corriendo y aunque sabe casi exactamente donde está cada cosa, se mueve desorientada.

Evita pararse en la carnicería para que no la salude el carnicero, que ha debido echarla de menos estas semanas. Pan de molde, huevos, leche, un poco de fiambre, … cree que será suficiente para unos días y después decidirá si se organiza o sigue abandonada. Pasa por el pasillo de los lácteos y no puede evitar coger unos yogures de sabores. Después devuelve el lote a su lugar de origen. No quiere llevarse los que compraba para él, y coge rápidamente otro paquete que nunca había probado.

Va desde allí a la sección de perfumería a coger una crema y un poco de jabón, y se va, con la cesta de plástico rodando a su lado, hacia las cajas.

No hay mucha gente pero toca esperar a que un par de carritos para familias numerosas acaben su proceso. Solo entonces se detiene y observa el supermercado, casi vacío en el espacio del medio día. Nunca había comprado a esta hora, porque estaba en casa cocinando o recogiendo la cocina. Pero no es mala hora, piensa, porque no hay mucha gente y no se encontrará con muchos conocidos.

Pronto, mientras espera, alguien se añade a la cola tras ella. Tira de su cesto para aproximarlo al mostrador y empezar a preparar su pequeña compra en la cinta. Se agacha y saca en una mano el pan de molde y en otra los yogures, y al levantarse un escalofrío le recorre la espalda.

- No es posible, serán otros zapatos casi iguales, y unos pantalones idénticos, … ¡y están tan mal planchados!

Pero cuando acaba de levantar la vista y los yogures sus miradas se cruzan.

Lourdes quiere salir corriendo y abandonar la cesta y los productos. Pero no puede, sobre todo porque ya está dentro del pasillo que queda entre las cajas y tendría que saltar por encima de alguien para hacerlo.

Esboza una sonrisa que le sale entre triste y agresiva, y dice “buenas tardes”.

- Hola. ¿Qué tal? – responde Juan intentando esconder que le tiemblan las manos.

- Bien. ¿Cómo te las arreglas?

- Ya ves. Aprendiendo a hacer compra.

- Yo limpié ayer el coche que tú siempre limpiabas. ¿No necesitas nada?

- Ya pasaré algún día a recoger el resto de la ropa y algunos de mis libros. Te llamaré primero.

- De acuerdo. Si quieres los tengo preparados – y se arrepiente sin terminar de decirlo, porque no quiere ayudarle a que se vaya del todo.

- No hace falta. No tardaré mucho.

La cajera de al lado les llama la atención. “Señores pasen por esta caja”. No estaba cuando ninguno de los dos llegó. Juan se despide y se cambia de fila.

La vida sigue en el centro comercial y ambos, sin conciencia de ello, se suman con un tarareo mental a la música de ambiente que sigue sonando. Ambos canturrean al salir del supermercado por caminos distintos; Lourdes con una lágrima que escapa detrás de las gafas oscuras y Juan apretando la mano contra sí mismo dentro del bolsillo.

 “…tanto la quería, ...”.