Blogia
ponteAescribir

Poesía

Soñabas

Soñabas

Acabo de encontrarlo mecanografiado (de máquina de veras) en un papel ajado, sobre la mesa de la cocina de mi madre. No sé como ha pervivido hasta hoy, ni llegado hasta allí. Me devuelve la impresión de que poco he cambiado desde mis catorce.

 

Estabas a mi lado.

Bebías agua en una fuente.

Y corrías.

Corrías por los caminos

de la vida, soñando.

Soñabas que lograbas lo que te proponías.

Que después de disgustos y de llantos

eras recompensada.

Soñabas que podías

borrar el llanto del mendigo,

las lágrimas de la cerillera

de aquellos cuentos tristes.

Soñabas que, un día,

al despertar en la mañana,

la noche había borrado las miserias del mundo.

Soñabas con la luz,

con la alegría.

Soñabas que había flores

empezaban a crecer de nuevo;

que los pájaros querían cantar;

que los niños podían por fin entrar en el jardín

de aquel gigante tan gruñón y enfadado.

Soñabas que un día,

en el corazón del hombre,

no había daño, ni egoísmo,

ni envidia innecesaria

en un mundo sin dominantes

ni pobres dominados.

Te saciabas en una fuente

de fantasías, de sueños e ilusiones;

de un agua que te hacía vivir soñando.

Pero tú, seguías corriendo,

y como no, soñando.

Y corriendo y soñando

sin otra meta que

el despertar,

te hubiera deparado lo soñado.

Y ahora, 22 de mayo del 82,

metida en este cuarto,

te preguntas

¿debo seguir soñando?

Hambre.

Arrancado de una libreta amarillenta. El pie de página indica "30-X-94". No recuerdo el hecho que lo inspiró. No he mirado las hemerotecas.

 

Te acurrucó tu madre

y la miraste buscando en su mirada

 a los que, acostumbrados a observarte,

nunca sintieron la frialdad de tus manos,

               - no te tocaron-.

 

Te dormiste en su brazos

y encontraste consuelo al abandono.

¡Y soñaste alcanzar algún mendrugo

que era anuncio del alba!

 

Hoy has vuelto a dormirte;

no habrá auroras

que despierten tus quebrados ojos negros;

           - no amanece a la noche del hambriento -

ni habrá albores que brinden esperanza

a tus débiles risas;

            - ya no ríes -.

 

Ayer sentiste hambre;

hoy ya, pedazo inerte,

ni añor ni odio a sentir te atreves.

Ayer chupaste en vano algún mendrugo,

hoy te chupan gusanos

           mientras duermes.


Te propongo.

 

Escucha, traigo un pacto:

Que mi voz no se imponga a tu palabra,

ni tu clamor resuene más que el mío.

 

Que tu paso no me pierda a tu espalda

y que mi andar no extravíe tu camino.

Que mi mano no deje que tu mano me suelte,

ni tu puño se cierre sin mi agarre.

 

Este es el trato, hermano,

que pido que suscribas:

No se llene tu plato si el mío lo llena el aire,

ni se sacie mi hambre con tu hambre.

 

Que para estar de pie no nos pisemos.

Que tener pan no implique tu miseria,

y el ansia no alimente ningún hambre.

 

Así el acuerdo en que nos quiero, amigo,

que el yo y el tú no vayan separados,

y el ellos no esté lejos.

Que ser mejor, no te haga ser peor,

y que tu bienestar no impida el mío.

Que no ganemos ni perdamos nadie

si el otro no celebra con nosotros.

 

Súmate al compromiso, compañero,

y escribámoslo bien, con letra clara.

Si lo ignoro, lo rompo o se me olvida,

el pacto ha de incluir que tú me increpes.

Si lo ignoras, lo rompes, o lo olvidas,

te lo diré en susurros y hasta en gritos.

III. Poesía

Tercero y último. De la palabra a la poesía.

 

Yo te llamé “Poesía”.

Tu floreciste.

Y lo sublime,

hizo de ti un prodigio inenarrable.

 

Yo te llamé “Poesía”,

y tatué tu nombre

en la débil entraña de mi alma.

 

Y te inscribí,

con ese mismo nombre,

en el surgir de cantos y palabras,

donde hoy nace y florece la alegría

y mañana se muere la esperanza;

donde nace el deseo

y la impotencia

no encuentra,

- sin nombrarte -

las palabras.

 

Yo te llamé “poesía”.

Y he perdido,

en el ingenuo acto de nombrarte,

mi propia voz

- la que gané contigo -

pues ahora tu gobiernas mis palabras

y tienes el sentido de mi habla.

 

“Poesía”

sin pluma y sin secretos;

consciencia o inconsciencia;

mas tú mandas

y pones a mi voz

las muchas voces que negara el orgullo,

y a esas voces

los coros y los ecos que le faltan.

 

“Poesía”.

 

Y al llamarte “Poesía”

lo mágico te invade

y te desborda, superando

tu condición estricta de palabra.

II. Palabra

Segundo de tres; del silencio a la palabra.


Y Dios me dio este lápiz,

y esta musa,

casi siempre dolor,

mueve mi habla.

Y transforma el silencio que me envuelve,

en multitud de voces y sonatas.

Y el puñal de mi pecho y mi garganta,

trasciende mi callar con sus palabras.

 

No es un elfo, ni un arte, ni una gracia.

Es milagro en mi ser

-hondo y sublime-

que riega mi silencio con palabras.

I. Silencio

Primero de tres.

Podría haberlo escrito hoy mismo, aunque con razones bien distintas a las que lo inspiraron hace un puñado de años.

 

Leve el silencio que cerró mi boca

para no delatar lo que me mata;

y consiguió con ello hacerme roca,

incapaz de emitir una palabra.

Leve el silencio, que nació prudencia,

y volvió cárcel mi ser y mi mirada

selló mis labios,

y agrandó mi alma.

Leve el silencio que hoy pesa a mis espaldas

de historias, de sentires y palabras

mutilados en celdas interiores,

sin aires que oxigenen mi garganta.

Fue leve y fue, en un tiempo,

agradable tenerlo por compaña.

Mas se creció en verdugo

y hoy me acosa

como injusta condena a mis espaldas.

Deudas.

Para Rosa, con un respeto inmenso por su decisión de irse discretamente y con el enorme dolor de no haberle dado mi último abrazo.

 

Quiero escribir una canción

a quienes debo una sonrisa

y no podré pagarla

porque dejé el camino en que ellos andan;

porque olvidé las coplas que ellos cantan.

A quienes pude haber dañado un día

por exceso indebido de palabras,

o por ausencia de palabras dulces

que poner en sus penas amargas.

A quienes no miré, por si miraban

con sus ojos muy dentro de mi alma,

que creí que era mía, y para mi guardaba.

Quiero dejar esta canción en el silencio,

de la tarde solemne y soleada

en la que el viento me devuelve el eco,

extraño y conocido,

de una letra que apenas susurraba.

Quiero sembrar esta canción,

junto a mis huellas

en la senda que queda a mis espaldas

cuando al andar el tiempo nos aleja,

y la memoria permanece anclada.

19 de noviembre de 2012

Nana del niño ausente.

Dentro de la casa,

la cuna dorada

que albergó mis sueños,

conserva tu almohada.

 

La cuna dorada

acoge en la noche

tus sueños, y al alba,

alberga fantasmas.

 

Acoge en la noche

tu risa callada  

y torna al silencio

si la noche acaba.

 

Tu risa callada

acuna en mis brazos,

con seda bordada

la ilusión que fuiste.

 

Acuna en mis brazos,

y esconde mi cara,

de ingrata certeza

que trae la mañana.

 

Y esconde mi cara,

preñada de sueños,

de esta triste nana

que rompe el silencio.

 

Preñada de sueños

se despierta al alba,

la verdad hiriente:

que tú ya no estabas.

 

20 de septiembre de 2012.      Un poema que nació, estos días, leyendo en la prensa sobre niños robados.

Noche de lluvia y el amor ausente.

Reencontrado en "El Periódico del Común de la Mancha" de Agosto de 1997. Fue Premio del IX Certamen de Poesía Joven Ciudad de Tomelloso. Lo escribí yo y hoy, al copiarlo, me ha despertado una tierna sonrisa.

 

Llueve.

Esta noche,

un poema me late en el fondo del alma,

y esta noche,

mi pluma ha perdido todas sus palabras.

No hay musa en mi oído;

no suena mi flauta;

no hay luna que alumbre mi cielo,

ni paño que  enjuague mis lágrimas.

 

Llueve.

Mi pluma fluye fácil.

El peso de la noche cae sobre mi, …

y yo, incapaz de sostenerlo,

te añoro.

 

Llueve.

Esta noche,

un poema que es llanto

cierra mi garganta;

y esta noche,

de lluvia pausada,

extraño mi almohada.

 

Llueve.

Yo quisiera,

esta noche de lluvia,

tenerte en silencio

y sentarme en tus piernas mullidas,

y buscar un cobijo en tu pecho,

y oír tus palabras,

suspiros …

o escuchar tus silencios.

Yo quisiera mojarme contigo

respirando del mismo universo;

y quisiera beber en tu vaso

del agua que vierten tus besos.

Yo quisiera esta noche cantar

- con mi pecho en tu oído –

estos versos,

y que fueran canciones secretas,

sacadas del tiempo.

Y quisiera acunarte en mis brazos.

Y quisiera mesar tus cabellos,

Y mezclar en tus cálidas manos

mi cuerpo sereno.

 

Llueve.

Yo quisiera esta noche

ser lluvia que moja tu cuerpo;

y quisiera ser barco en tus aguas.

y ser ave que surca tu cielo.

Yo quisiera,

esta noche de lluvia,

ser la senda que pisan tus pasos,

y ser luna que vela tus sueños.

Yo quisiera esta noche …

 

Y quisiera …

 

¡Y es tanto y no puedo!

Que querer se me vuelve un cuchillo,

y se clava en mi pecho.

 

Llueve.

Mi rostro está mojado,

y aún sigue lloviendo.

Mira esa estrella.

            Escribí este poema hace dos dígitos de años, pero no recuerdo cuántos. Podría volverlo a escribir hoy mismo mirando al cielo de verano.

Mira esa estrella.

Te mira en la distancia

y te dice de las propias proezas de tu vida.

Te recuerda tu infancia de supuesta inocencia;

tu juventud de logros,

tus vivencias.

Te muestra el hoy, que vives sin sentirlo.

 

Mira esa estrella.

En ella,

dejamos ilusiones algún día;

pusiste el corazón con la mirada;

cantaste al son de un vino nuevo

apenas inventado.

 

Mira esa estrella

que hoy brilla refulgente

haciéndote señales desde lejos,

para que vuelvas a contar con ella,

porque es su luz,

tenue, ligera,

quien en tu soledad,

guía tu noche.

 

¡Cuántas veces antaño la observaste

esperando poner tu vida en ella,

esperando que, al darle u pensamiento,

te devolviera el logro de tu idea!

 

¡Cuantas veces le diste de tus lágrimas

en noches sin sentido

y dejaste que fuera - solo una estrella -

quien te diera el consuelo!

 

¡Cuántas noches, entonces, la mirabas,

dándole el corazón con un suspiro,

constriñendo el temor de tus entrañas,

o ahogando aquel amor entre suspiros!

 

 

¡Y cuántas otras veces la ignoraste

fingiéndote capaz de ser - tú misma -

la estrella de tu vida,

el centro de tus centros!

 

Mira hoy la estrella.

Aún hoy,

en noche clara o turbia,

tu estrella brilla.

Y tú, pensando en todo,

lo que ella significa para ti,

miras la estrella.

Profundamente callas.

Tiemblas por dentro,

y sigues adelante.

Despedida.

Dejadme compartir este texto que acabo de reencontrar

en un cuaderno viejo y amarillento.

Por si el adiós no llega,

y el tiempo y la distancia nos separan,

déjame pronunciar, desde el silencio,

tan solo algún suspiro, entre palabras.

 

Déjame que te diga que he vivido,

hasta el último instante de jornada;

que no me arrepiento del camino,

y que guardo imágenes muy claras.

Déjame que te diga que no quise,

herirte a tí, ni aún dañar tu casa,

ni arañar la fachada de las cosas,

ni cambiar la apariencia de la nada.

Déjame que te diga que cultivo

el recuerdo en el centro de mi casa

y sigue floreciendo hacia adelante;

madrugaré a cuidarlo, tras mañana.

Déjame que te pida que perdones

lo que en mi tierra creció como cizaña,

y no arranques con ella el mucho trigo

que mi mano sembrara al trabajarla.

Déjame que agradezca tantas cosas

que asumí sin pensar que las amaba.

Incluso las que hirieron y dolieron

merecieron su tiempo y mi mirada.

Déjame que en momentos como éste

las lágrimas inunden mi mirada

y pretenda evitar la despedida,

o adelante el sabor de imaginarla.

 

Por si el adiós no llega,

y llega el tiempo

en el que compartir huele a distancia,

déjame recordarte dónde vivo,

déjame que me piense aún en tu casa.

 

Y si el adiós no llega

y el tiempo y la distancia nos separan,

déjame que no fuerce las palabras;

ya sabes lo que queda en mi mirada.

Miedo.

Premio de poesía en el VI Certamen Local "Pan de trigo". Símbolo Trillador.

La Solana 31 de octubre de 2003

Hace años en España, también el Estado, en lugar de garantizar los derechos de todos los ciudadanos y ciudadanas, también los vulneraba, y mataba. Y esa muerte hizo temer al Alba. Porque fue el Alba, en lugar de momento de esperanza de un nuevo día, la hora elegida para la ejecución, para la muerte.

Hoy, la luna vuelve a estar asociada al dolor y a la muerte, porque se dice que hay estados que esperan que se vaya, que sea luna nueva, para esconderse en la oscuridad y sembrar el dolor y la guerra. Quizá algún irakí (o angoleño, o etiope, o servio, o ...) podría hablar así a la luna:

“No te vayas que temo

la noche sin ti,

y la sangre ya mana

de viejas heridas abiertas.

 

No te vayas que temo

morir en lo oscuro,

y llorar en silencio sin nadie

que vele mi almohada.

 

No te vayas.

Protege mi vida

con luz hechizada.

Aleja fantasmas

de niños que han muerto,

de miles de vidas violadas.

 

No te vayas.

Presiento la muerte muy cerca.

Ya inunda mi casa.

No siento mi espalda,

ni  miro adelante

esperando que llegue mañana.

 

Espera conmigo

que se calle el hacha

que hoy es mi verdugo

sin juicio y sin causa.

 

Espera conmigo

que callen los perros

que inundan la noche

ladrando sus rabias.

 

Aguarda tú, luna,

que ya nada espero

de otros que aguardaban.

Aguarda conmigo

que quizá mañana

volverán las gentes

a quienes amaba

a  cantar conmigo,

y reirás arriba, cómplice ignorada,

de unos nuevos tiempos

sin sangre ni espada.

 

No te vayas luna,

que temo la noche sin ti,

que temo la muerte callada

que oculta la nada.”