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Bárbara

Bárbara

Apenas una milésima de momento antes de que la habitación se haya iluminado de súbito para volverse a oscurecer, una masa caliente ha cruzado el firmamento ajena a la tristeza infantilmente humana de la niña.

La energía calórica en esa masa de vapor celeste alcanza temperaturas inconmensurables. Por suerte el fenómeno ha sucedido muchos pisos por encima de la humilde habitación que soporta el llanto mudo de la pequeña, porque de otro modo, el cumulonimbo de la tarde, dilatado por efecto del calor, habría dado al traste con su llanto, con su aposento y con su historia. La nube caliente, perdida su imagen de inocente pedazo de algodón, se sorprende a sí misma entre vapores fríos a quienes imitar, y para hacerlo, se repliega y contrae sin poder evitar la expansión que de su misma fiebre se deriva. Y es ese involuntario crecimiento y autoconfinamiento, el que le arranca un grito que retumba como estruendo desde el cielo.

Pero Bárbara no escucha gritos celestiales mientras atiende sin consuelo a su vieja muñeca que ha perdido un ojo, y solo eso es, en este instante, lo importante.

 

Nohemí, tu texto me despierta una desazón y una inquietud muy sugerentes. Me parece que en este microtexto has desplegado una cara desconocida de ti, más poética, extraña, casi surrealista, pero certeramente cerrada en ese ojo de cristal final. ¡Felicidades!

(Silvia Nanclares, mi profesora en Fuentetaja Literaria)

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