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III. Poesía

Tercero y último. De la palabra a la poesía.

 

Yo te llamé “Poesía”.

Tu floreciste.

Y lo sublime,

hizo de ti un prodigio inenarrable.

 

Yo te llamé “Poesía”,

y tatué tu nombre

en la débil entraña de mi alma.

 

Y te inscribí,

con ese mismo nombre,

en el surgir de cantos y palabras,

donde hoy nace y florece la alegría

y mañana se muere la esperanza;

donde nace el deseo

y la impotencia

no encuentra,

- sin nombrarte -

las palabras.

 

Yo te llamé “poesía”.

Y he perdido,

en el ingenuo acto de nombrarte,

mi propia voz

- la que gané contigo -

pues ahora tu gobiernas mis palabras

y tienes el sentido de mi habla.

 

“Poesía”

sin pluma y sin secretos;

consciencia o inconsciencia;

mas tú mandas

y pones a mi voz

las muchas voces que negara el orgullo,

y a esas voces

los coros y los ecos que le faltan.

 

“Poesía”.

 

Y al llamarte “Poesía”

lo mágico te invade

y te desborda, superando

tu condición estricta de palabra.

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