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¡Hogar, dulce hogar!

Suspense, ¿reto o atrevimiento?

Con el ligero giro de la llave abre la puerta del pequeño estudio que alquilan hace un año. Simultáneamente arroja sus zapatos de tacón hacia dentro de la casa y lanza un suspiro de satisfacción por el final del día. El pasillo deja ver que la luz del fondo está encendida y en la televisión suena el partido. El final del pasillo es casi toda la vivienda. Termina en dos ventanas que miran a la calle y le dan amplitud. No pasa de unos treinta metros cuadrados pero aloja, incluso con cierta coquetería, toda una casa. Es la vivienda que soñaban pese a algún problema con grifos y desagües que a veces la saca de sus casillas. Por otra parte pueden permitirse el alquiler y llegar a fin de mes tranquilamente.

Cierra la puerta y deja el manojo de llaves en el vaciabolsillos de piel que hay en el pequeño estante detrás de ella; empieza a hablar con monotonía y tono alto, indiferente al acto mismo de la escucha del otro.

- He llegado tarde porque al jefe se le ha ocurrido una reunión de última hora. ¿Has cenado? Te traje una pizza a media tarde.

Apenas dos pasos adelante y empuja el tendedero para poder abrir la puerta del servicio.

- Ya sé que el apartamento es pequeño, pero podías esforzarte en mantenerlo recogido. La ropa lleva seca varios días y no te has molestado en recogerla.

Se ha quitado el traje ejecutivo, clásico gris con los ribetes pespunteados que compró en las rebajas. Lo deja en el perchero del pasillo para terminar de cerrarse el albornoz que ha alcanzado extendiendo la mano desde la puerta del baño.

- ¿Has estudiado hoy?

Tan solo un paso más y el pasillo se ensancha para dar lugar  a la cocina sin dejar por ello de seguir siendo pasillo. El monótono relato del partido de fútbol es la única respuesta. Sigue con su discurso que suena a cotidiano:

- Menos mal que he venido sola; le dije a Marta que viniera a tomar algo. No aceptó. Hubiéramos dado mala imagen con este desastre de casa. ¿Por qué no has recogido los restos de tu cena. Voy a ducharme y ya hablaremos.

Vuelve a abrirse la puerta del baño y aparece con el mismo albornoz y una toalla de casi tantos colores como años, liada a la cabeza. Instintivamente vuelve con rapidez al baño y cierra fuerte el grifo de la ducha.

- Deberías llamar a un fontanero que revise los grifos.

Avanza un par de pasos. El televisor muestra ahora la predicción del tiempo: “Cielos despejados en el centro y riesgo de tormentas por la tarde”. No hay nadie en el sofá y se dice a sí misma.

- No está de más que aproveches el tiempo del descanso para tirar la basura, después de toda la tarde vagueando en la casa. 

Retorna  a la cocina para buscar su cena. Aprieta el grifo bien; parece que gotea y le pone nerviosa el soniquete. A veces se produce en el piso de arriba y no queda más remedio que aguantarlo. Pone en una  bandeja los restos de la pizza y una cerveza fría y vuelve hacia el sofá. No necesita hablar pero se está inquietando.

- ¡Qué extraño que te pierdas un minuto de fútbol!

Se reanuda el partido, y salvo por el monótono discurso del locutor deportivo, todo es silencio en torno suyo. Empieza a inquietarse y confiesa en silencio su extrañeza.

- ¿Has ido a por cervezas o me estás vacilando?

Apura su bebida y se levanta mirando de soslayo hacia los lados. Primero no se mueve, como si lo dudara. Tres pasos la llevan de regreso a la cocina para volver, de nuevo silenciosa al salón. Le parece adivinar tras el biombo que sirve de pared al sofá, que hay alguien en la cama. Lentamente se acerca. Apenas dos zancadas de silencio con palabras escritas en su mente que grita de repente:

- Si me estás asustando, te juro que te mato.

Tira del edredón mientras las grita y nadie se levanta.

La camiseta blanca brilla como un insulto encima de las sábanas. La segunda mirada se las muestra manchadas de algo muy rojo y muy oscuro que la asusta y le impide gritar.

Escucha nuevamente el ploc, ploc, y observa en una esquina un charquito de sangre que, al crecer, avanza lentamente de la cama al sofá.  

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