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Crónica de una mudanza.

Estimados lectores, seguro que pensáis que una mudanza es algo importante. A pesar de haber hecho varias, para mi son una aventura a la que siempre me he resistido.

Sin embargo, remodelado el equipo de redacción de este periódico, no tengo más remedio que hacerlo ahora. Cambiará mi ciudad y mis tareas y lo asumo también como un gran reto. Pero, mis queridos lectores, ésta no es una crónica de despedida. Mantendré mi encuentro mensual desde el particular exilio laboral que en breve inicio.

No tengo muchos muebles y los pocos que tengo no son imprescindibles; se quedaran en un trastero. Tampoco tengo demasiados objetos de valor, salvo el valor afectivo que se transporta también en la memoria. Sin embargo pensar en empaquetar mis libros me produce cierto pánico.

Sin duda he nacido un par de generaciones antes de lo debido. Soy de la generación del respeto al papel, y lo junto y colecciono en todas sus formas. Dicen que las próximas generaciones leerán todo en formato digital y que eso supone una reducción del espacio que los libros ocupan. Laura J. Varo[1] iniciaba su reportaje  el Día del libro de este mismo año, con el dato de que las 2000 páginas que ocupa  “Millenium”, la famosa  trilogía de Stieg Larsson, se reducen a unos 200 gramos en el pack en catalán y castellano puesto a la venta, en esas fechas, por una distribuidora de libros digitales. ¡Y aun se refiere a un paquete para regalar, tangible! ¡Una descarga de servidor a ordenador no pesa nada!

Yo sin embargo, he acumulado montones de libros que será necesario empaquetar para almacenar o transportar, según el caso. Dejaré casi todos en casa de mis padres, ordenados en cajas para aguantar una larga espera. Pero llevaré algunos en mi propio equipaje y he empezado a seleccionarlos. 

Como soy un desastre y al mismo tiempo me gustaría no serlo, he intentado poner criterios a mi elección. En primer lugar he apartado algunos de los que más tiempo han estado conmigo; después de los que más recientemente he leído; y por último, alguna de las obras que me ha hecho sentir algo especial. Os cuento mi listado al tiempo que lo hago.

Entre los primeros tiene que estar inevitablemente mi Biblia. Por formación y por fe me ha acompañado siempre, aunque el ejemplar que me llevo muestra en su primera página junto a mi nombre, una fecha, veintisiete de marzo de mil novecientos ochenta y nueve. Creo que la compré con las mil pesetas que mi padre me dio por mi veintiún cumpleaños, pero no anoté al dador. Ha ido acumulando en sus páginas blancas algunas direcciones, citas o frases célebres; y en sus páginas escritas de Génesis a Apocalipsis, algunas notas y subrayados. Tengo varias versiones de la Biblia, incluyendo algunas digitales y en el móvil, y espero heredar alguno de los ejemplares antiguos o curiosos que mi padre ha ido juntando. Sin embargo, esta edición Reina-Valera, revisada en mil novecientos sesenta y publicada por las Sociedades Bíblicas Unidas, en formato bolsillo, con letra pequeña, pastas de plástico y algunas hojas descosidas, es Mi Biblia, y espero tenerla cerca cuando me instale en mi nueva casa.

Junto a ella he seleccionado un libro que casi ni recordaba, pero que me ha seguido hasta el día de hoy. De pequeña, y sin saber del todo qué significaba, yo quería ser poetisa y por esa razón me regalaron un libro de apenas cincuenta páginas con una selección de treinta y un poemas ilustrados, de cuando en cuando, con fotografías de la naturaleza.  Imágenes que a mi me parecieron siempre impresionantes. Digo “me parecieron” porque cuando ahora hojeo el libro su calidad no es ni por asomo la de las fotos que podemos ver en páginas especializadas de Internet o tomar incluso con nuestro teléfono móvil. Debía yo de tener no más de una decena de años cuando me lo regalaron, porque todavía firmaba sin “h” y no había adquirido el extraño hábito de datar los libros que hoy mantengo. Este “Joyas de la poesía cristiana española” seleccionadas por Alejandro Clifford debe de ser anterior a las reglas del mercado bibliográfico actual porque por más que lo miro no le encuentro más señas de identidad que un “Queda hecho el depósito que marca la ley” y una fecha que me lleva a mil novecientos setenta y dos como fecha probable del trabajo de imprenta. Tiene un tinte de amarillo añejo en sus páginas y los bordes de la cubre portadas, raídos del uso y el desuso al que he debido someterlo.

De entre los libros que me han acompañado mucho tiempo he cogido también un cuento de Pinocho, parecido a los que he visto estos días en mis preparativos navideños, pero que yo recogí como un tesoro antes de que la sociedad de la abundancia y el consumismo nos invadiera del todo. Tiene las pastas duras y las hojas de un cartón fino plastificado del que al abrirse emergen las figuras y los personajes. Mi página favorita es la que narra cómo Pinocho sobrevive en el vientre de un enorme pez; no tanto por lo que cuenta como por la ballena de cartón recortado, con sus enormes dientes y su chorro de agua en el lomo, que aparece de repente al abrir el libro por la página ocho y transforma la lectura en un enorme mar cargado de misterio.

De entre los libros que recién he leído salvaré solo dos. Ello me exige ir alejando muchos que se me ofrecen en los estantes como candidatos en un casting. Pero ni María Dueñas con su “Tiempo entre costuras”, Muriel Barbery y “La elegancia del erizo”, ni “Mira si yo te querré” de Luis de Leante, han ganado el puesto. Junto a otros han ido cayendo, rítmicamente, a la caja de la larga espera. En todos los casos el mismo ritual: un vistazo a la portada, una ojeada a la contraportada, y un vistazo rápido a alguna página interior, a la dedicatoria o la fecha que lo data en mi poder. Mientras van llenando una y otra caja, algunos, indultados, reposan en mi mesa. Finalmente me he quedado con dos y me parece suficiente.

Zola me ha acompañado este verano con su “Germinal” y se vendrá conmigo. Sencillamente magistral la lección de la historia que encierra y la revelación de caracteres que el maestro logra. Y magistral, más si cabe, el momento en que el libro dio el salto desde la estantería a mi mesa de lectura. Era el último agosto y, si os tomáis la tarea de revisar las hemerotecas, constataréis que, desde casi principios del mes, los titulares hacían continuas referencias al accidente sufrido en una mina de Chile. Con intensidad creciente fueron pasando, durante más de dos meses, del pesimismo al optimismo, para llegar a la euforia del exitoso rescate y, después, al silencio. A estos mineros de hoy y a los de  “Germinal” los igualan los rigores del trabajo, las innombrables condiciones laborales, un mundo con enormes diferencias sociales y la cara más dura de la explotación del hombre por hombre. Los separa antagónicamente, más que el siglo y medio transcurrido y los dos continentes en que habitan, la suerte bien distinta del desenlace.

He puesto también en mi maleta bibliográfica a un desconocido que me encontré en el hipermercado. Compré “A siete pasos de la primavera”, de Steven Conte, por su referencia a Berlín y a mi intención de visitar la ciudad en primavera. Y me metí en la primera novela de alguien que es capaz de contar que después de lo malo, todavía puede llegar algo peor.

Por último, os decía que salvaré de la distancia a algunos que me han hecho sentir algo especial. Por eso me llevo a “Paula”. Recuerdo que lloré con su lectura y sin ningún ánimo de auto-tortura lo volveré a leer cuando me instale. Podría haberme quedado con cualquier otro de Isabel Allende. “La casa de los Espíritus” hubiera sido una alternativa. La descubrí como novela después de haber visto la película tres veces en dos días y pasar de la admiración femenina hacia Antonio Banderas,  al papel de la magia y al profundo calado de los personajes. Pero “Paula” es la vida y la muerte en la misma partida, y el dolor de los vivos, el recuerdo, y la historia, … tan mezclados, tan hondos y tan auténticos, que la convirtieron, al menos para mi, en una conversación casi real con Isabel.

Iba a seleccionar, en este último bloque, alguno más, pero me planto aquí. Podéis estar seguros de que hay más libros que me han hecho llenarme de risas y de llantos, pero veo pesada mi maleta.

Sin embargo, os contaré otro mes, en este mismo encuentro, qué libros acaparo en mi nuevo destino y como los enlazo con mi vida allí. Si logro dar el salto al libro sin papel seréis, mis queridos lectores, los primeros en saberlo.



[1] Referencia a artículo real publicado en El País del 23 de abril de 2010.

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